Incertidumbre, miedo y abandono. Son sentimientos comunes a unos 13.000 compañeros rurales que ejercen en pequeños municipios y que, según los últimos informes económicos, están por debajo de la línea roja de rentabilidad. Incertidumbre ante un futuro económico incierto que se agrava año a año y que vislumbra en el horizonte el cierre como única solución. Miedo a verse obligado a cerrar estas farmacias, a dejar estos pueblos sin este servicio esencial. Miedo al futuro de estos vecinos donde después de años el vínculo con ellos va más allá de lo estrictamente profesional. Abandono por parte de la profesión que los deja a su suerte, aunque reiteradamente en momentos de crisis los pone como ejemplos de las bondades del modelo español de farmacia.
Por ello, sería justo, equitativo, que se encuentre una solución para estas farmacias. La población de estos pequeños municipios tiene claro que son esenciales. La Administración, sobre todo después de la crisis pandémica, también tiene cada vez más claro que estas farmacias no pueden desaparecer. La pregunta básica es: ¿Están la profesión y sus representantes dispuestos a encontrar soluciones dentro de las mismas para su mantenimiento? Por equidad, y, sobre todo, por apuntalar el modelo, la farmacia española debería ser la más interesada en implementar mecanismos compensatorios que permitan la supervivencia de estas farmacias consideradas esenciales por todos.