Entrevistamos a Olivia Martínez Monge, farmacéutica comunitaria en Sotobañado (Palencia)
− ¿Por qué decidió estudiar Farmacia?
− La verdad es que no lo tenía claro, pero quería hacer algo relacionado con las ciencias de la salud. Valoré tres opciones: Biología, Medicina y Farmacia. Me gustó Farmacia porque era un camino intermedio y con un currículum muy amplio, con muchas asignaturas que me llamaban la atención, sobre todo la farmacia comunitaria. Me parecía una profesión muy cercana al público.
− Pasó 10 años trabajando en el Reino Unido. ¿Recomienda salir al extranjero a quien tenga la oportunidad de hacerlo?
− Se lo recomiendo a cualquiera. Es una experiencia fantástica, te enriquece y abre la mente. En el Reino Unido hay mucha variedad cultural en un mismo equipo y ves cómo trabajan otros profesionales con una trayectoria, ideas y modos de hacer muy distintos. Entre Reino Unido y España lo que cambia es el modelo, porque al final, los farmacéuticos somos los especialistas en el medicamento y cuidamos de nuestros pacientes. Su Sistema Nacional de Salud también tiene sus beneficios e inconvenientes. Al no estar regulado como en España, a veces en las farmacias se pierde la capilaridad y los barrios que no son tan rentables o comerciales no van a tener tantas farmacias asequibles para la población. Sin embargo, la mayoría son grandes compañías y te preparan bastante bien: ofrecen contar con un equipo más especializado, mucho apoyo a la hora de hacer formación y tener materiales y personal de apoyo para hacer tu trabajo. Además, también estuve un año y medio en Irlanda, que es bastante distinto. Por un lado, las farmacias son más pequeñas, parecidas a las españolas, pero por el otro no hay un sistema de salud público universal, sino muchos seguros privados.
− En su momento entró a trabajar en la industria, pero luego volvió a la farmacia comunitaria, en concreto, en Sotobañado. ¿Por qué?
− Me ofrecieron una vacante en la industria farmacéutica, en medicamentos citostáticos, y me pareció muy interesante. Era joven y tenía ganas de probar algo nuevo. Durante el primer año disfruté mucho porque era un área totalmente desconocida para mí, pero llegó un momento en que me pareció muy impersonal: veía el producto, pero no adónde iba. Me faltaba esta conexión con el paciente, y por eso decidí volver a la farmacia comunitaria.
− ¿Por qué se ha implicado en la SEFAR, de la que actualmente es vicepresidenta segunda?
− Cuando llegué a Sotobañado me di cuenta de lo duro que era y de lo solo que estás en una farmacia rural. Pasé de trabajar con un equipo de 15-20 personas todos los días, a estar solos mi marido y yo. Tenía una imagen muy idealizada de lo que iba a ser una farmacia en un pueblo. Buscando en internet asociaciones de farmacias rurales, seguí a la SEFAR y me abrió una puerta enorme. Me encontré con otros profesionales que tenían las mismas inquietudes y problemas que yo, y, sobre todo, mucho amor y ganas de que la farmacia rural salga adelante. Por eso decidí implicarme.
− De cara el futuro, ¿tiene pendiente otro gran cambio a nivel profesional?
− En principio no. Estoy contenta trabajando en una zona rural, porque me parece la máxima exposición de la farmacia comunitaria. Es donde realmente formas parte de la comunidad, ves que tu trabajo aporta algo y puedes hacer un seguimiento continuo de tus pacientes. Pero nunca se sabe. Imagino que esto tiene un principio y un fin. Ahora la situación de la farmacia rural es muy complicada. Aquí nos lo planteamos como un proyecto de vida y de familia, pero mis hijos van creciendo y sus necesidades irán cambiando. Imagino un momento a medio plazo en el que tendremos que mudarnos a un sitio más grande.