Jaime Román nació en un pueblecito de Extremadura donde su padre era farmacéutico. «La farmacia y nuestra casa estaban una al lado de la otra, totalmente coordinadas. Cuando nací,mi padre estaba de guardia, así que desde el primer momento estuve en una de esas farmacias rurales tradicionales, colocando medicamentos, oliendo a fórmulas y a fármacos...» Asegura que aquello le condicionó y que allí desarrolló su vocación por la farmacia. Una vocación que se mantuvo mientras crecía y a pesar de que su padre lo animaba a hacer otras cosas. «No cambié mi decisión y me siento muy feliz de haberlo hecho», afirma convencido.
– ¿Qué recuerdos guarda de sus inicios?
– Empecé en el año 1994, en una época en la que se hablaba mucho de marketing y merchandising. Después de unos primeros años en los que no tenía claro por dónde tirar, apareció en Granada la corriente profesional de la atención farmacéutica y tuve la suerte de contar con Manolo Machuca como amigo y maestro. Con él me formé, fui a Granada, compartí experiencias profesionales y aprendí mucho de la parte asistencial de la profesión. Tras aquel primer periodo de formación intensa en atención farmacéutica y viendo ya claro mi futuro profesional, vino una etapa colegial muy positiva como vocal de una Junta de Gobierno que me permitió conocer las instituciones por dentro y desarrollar proyectos de atención farmacéutica. Después, he tenido la suerte de pertenecer a grupos de investigación, he estado en la distribución como vocal de la Junta Rectora con Cecofar, y he participado en la integración con Bidafarma. Y más recientemente presenté una candidatura al Colegio de Farmacéuticos de Sevilla porque quería hacer algo por transformar la profesión hacia esa visión que tengo del rol del farmacéutico. De aquella candidatura nació la asociación profesional Farmacéuticos con Iniciativa, de la que ahora me toca ser presidente y tirar del carro junto con un equipo muy colaborativo. Además, pertenezco a la comisión ejecutiva de la Fundación Pharmaceutical Care España, con lo cual sigo estando en las dinámicas de coordinación de atención farmacéutica. Todas estas instituciones, todas estas vivencias, no tendrían sentido sin un anclaje firme en el día a día de mi farmacia y de mi rol profesional. Sin esa fuerza solo servirían para construir castillos en el aire.
– Farmacéuticos con Iniciativa nace, por tanto, después de la candidatura. ¿Es una continuación de aquella candidatura o es una entidad claramente diferenciada?
– Aquella candidatura era un proyecto que llevaba como primer apellido el concepto de «Profesional» y como segundo el de «Político». Éramos una candidatura que buscaba diferenciarse de la política profesional clásica que se perpetúa años y años en los cargos. Cuando acabaron las elecciones, que perdimos por 92 votos –cifra que, por cierto, creo que después de 30 años sin elecciones hay que valorar muy positivamente–, nos reunimos y decidimos aprovechar el impulso para ayudar a promover el desarrollo profesional de la farmacia. De ahí surgió la idea de crear una asociación profesional, de darle una misión, unos objetivos, unos Estatutos, un registro... Y hoy en día Farmacéuticos con Iniciativa es una asociación profesional de ámbito nacional que nace del mismo grupo de personas que formaban aquella candidatura pero que va a más. La mayoría de las personas pertenecientes a la asociación no estaban en aquella candidatura.
– ¿Cuáles son los objetivos de Farmacéuticos con Iniciativa?
– No queríamos ser una sociedad científica ni crear un colegio paralelo; buscábamos aportar algo que no existiera, y nos dimos cuenta de que en el grupo se discutía mucho sobre el desarrollo profesional en la vida real del día a día. Se trataba, pues, de tener una asociación que nos permitiera desarrollar habilidades que nos hicieran ser mejores profesionales en la vida real de la farmacia: habilidades profesionales, de comunicación, de conocimiento, de interacción... Ése es el gran objetivo de Farmacéuticos con Iniciativa.
– ¿Cuántos socios son en este momento?
– Nacimos con un espíritu de crecimiento muy cualitativo. Lo iniciamos las 30 personas que estábamos en esa candidatura inicial y el crecimiento está controlado, pues para pertenecer tienes que estar avalado por dos socios. El registro a escala nacional tuvo lugar en enero de 2020 y, como aquel año todo se paró, hemos tenido que volver a empezar. No obstante, debemos de ser unos 50, pero el crecimiento siempre tiene que ser controlado, porque pretendemos que de verdad haya vocación. Queremos crecer con calidad.
– Es fundamental potenciarlo. Si tuviéramos que definir cuál es la verdadera misión de la profesión farmacéutica, ésta sería robustecer, reforzar su papel como profesional sanitario en la sociedad actual. Ésta es, ahora mismo, la gran prioridad de toda la profesión, porque todos estamos en el mismo proyecto.
– En los Estatutos de su asociación utilizan una expresión muy interesante: hablan de la necesidad de impulsar la «imbricación» del farmacéutico en el sistema de salud. ¿Podría explicarnos este concepto?
– Esa palabra surge porque lo bonito de la asociación es el espíritu horizontal y colaborativo con el que la hemos construido. Cuando nos reunimos para hablar del proyecto y definir nuestro papel, alguien, creo que fue Macarena Pérez, empleó esa palabra: «imbricar». Todos tenemos una idea de lo que es pero no sabemos muy bien su significado concreto; sin embargo, con un símil se entiende muy bien: esas tejas que se colocan en los tejados de las casas con un fin determinado. Llevada al mundo farmacéutico, la palabra imbricar significa que los farmacéuticos hemos de ser útiles, nos hemos de insertar como profesionales sanitarios con un fin de utilidad sanitaria.
– Respecto al papel del farmacéutico en el Sistema Nacional de Salud, esta imbricación precisaría una coordinación más efectiva, ¿no? ¿Cómo ve esta relación?
– Es fundamental trabajar para buscar y conseguir esa coordinación. Mi farmacia está en el casco antiguo de Sevilla, en el barrio de San Julián, y lo que tengo más cerca dentro de la estructura sanitaria es un centro de salud, así que el entorno donde me muevo es la atención primaria. El recorrido sanitario de los pacientes que vienen a la farmacia es su centro de salud, su médico de familia, enfermería y, evidentemente, la farmacia. Coordinar todo tipo de actuación profesional sería fundamental. Hace años que nos hacemos esta reflexión, pero no logramos avanzar. Doy clases en un máster y coincido algún día haciendo sesión clínica con un especialista en medicina interna del Hospital Universitario Virgen de Valme, y él me cuenta cómo es su interacción profesional con los farmacéuticos de hospital y cómo continuamente le están enviando notificaciones, comunicados, informes con alertas sobre alguna medicación, sobre alguna posible reacción adversa. Existe un canal de comunicación entre el farmacéutico de hospital y el especialista. Entre el médico de atención primaria, el personal de enfermería y el farmacéutico comunitario podría articularse perfectamente ese mismo tipo de relación profesional, ese canal donde el farmacéutico tenga una vía para marcar alertas, objetivos terapéuticos y apreciaciones cualitativas en el comportamiento del paciente que hagan que al final los resultados en salud mejoren. No hay ningún problema profesional para que sea así, pero esa vía no se acaba de articular y esto es fundamental para una sociedad del siglo XXI.
– ¿Estamos perdiendo una oportunidad al no desarrollar todo el potencial de la receta electrónica?
– Sí. La receta electrónica –que, por cierto, nace en Andalucía– es un ejemplo de cómo se puede hacer un proyecto importante para la Administración y al que desde la profesión se le da respuesta. Sin embargo, después no se ha desarrollado y ha sido una gran oportunidad perdida. Es evidente que algo no se ha hecho bien o que no se ha puesto toda la carne en el asador.
– Los conceptos están muy claros, tal vez es el momento de concretar.
– Recuerdo una charla de un sacerdote en la que hablaba de doctrina frente a experiencia en el mundo de las creencias cristianas. La doctrina es relativamente fácil y en el ámbito farmacéutico ocurre lo mismo, porque los conceptos están desarrollados e incluso todo está protocolizado, pero faltan experiencias de coordinación, de roles realmente profesionales, de interacciones multidisciplinares... Falta demostrar resultados en salud. Ése es un camino que se hace andando, no hay otra manera. Se hace con pruebas, con mucha voluntad profesional y política para saber dónde queremos estar y definir bien nuestro modelo profesional en los próximos años y... hacer, hacer, hacer y demostrar cosas. Por eso es importante para mí, tras este tipo de experiencias, volver a mi farmacia, a este pequeño laboratorio de barrio. Cuando trabajas con pacientes ves esa potencialidad de colaboración profesional. No es tan difícil, no hay tantos problemas; lo único que hay que hacer es meterse en ese mundo con conocimiento, con ética, con rigor, y querer desarrollarlo. Al final no se trata de seguir conceptualizando, sino de demostrar cosas.
– ¿Cree que la imagen actual de la farmacia está enfocada en esa dirección?
– Yo soy un enamorado de entrar en las farmacias cuando viajo y lo hago para ver qué percepción me trasladan. La percepción de las cosas condiciona las creencias y los comportamientos. Cuando las personas entran en una farmacia, ¿qué piensan?, ¿qué perciben?, ¿que están en un establecimiento comercial de primer apellido y sanitario de segundo, o sanitario y con su vertiente comercial? Eso es muy importante. Cuando a finales de los años noventa discutíamos sobre el concepto de atención farmacéutica, también se hablaba mucho de marketing, de merchandising, y de que al final lo único que se estaba haciendo era orientar la farmacia hacia un camino comercial dentro del mundo de la salud. Hay mucha gente que piensa que ése puede ser el camino del futuro en la sociedad del siglo XXI, pero yo creo, y lo digo con el máximo respeto, que ahí no tenemos nada que hacer, ahí no tenemos misión dentro de la sociedad del siglo XXI. Nuestra misión está al lado de una estructura de farmacia asistencial, de un centro realmente sanitario y de una focalización en el binomio medicamento-paciente. Ahí es donde está verdaderamente la razón de ser de un farmacéutico, pero para eso necesitamos cambiar un poco las estructuras de las farmacias. Nos toca reflexionar y ver que nos preocupamos mucho por cosas que no nos definen y que, además, ya se están yendo. Las sociedades cambian, se transforman y evolucionan, y si no te posicionas o no sabes posicionarte en tu verdadero nicho de fortaleza profesional es muy peligroso. La balanza entre el concepto asistencial y el comercial se ha desequilibrado significativamente.
– ¿La solución sería la diferenciación, en lugar de una farmacia en la que todo estuviera mezclado y en la que lo comercial, por cantidad, floreciera más?
– A nivel de profesión está claro que el café para todos por igual es imposible, porque todas las profesiones al final se van diferenciando, especializando. Por otra parte, si lo «aterrizas» a la estructura normal de una farmacia ves que el acto profesional que más hacemos –la dispensación con una implicación en la salud de las personas, con una herramienta terapéutica potente como es el medicamento–, lo hacemos de cualquier forma y en cualquier sitio. Las farmacias han mejorado mucho su imagen en los últimos tiempos, pero creo que los mostradores, aunque les tengo mucho cariño, no son el futuro porque en ellos llevamos a cabo el acto profesional de cualquier forma y con muchísimo «ruido» alrededor, y cuando digo «ruido» me refiero a mucho expositor y muchas otras cosas. El acto profesional de dispensación, con lo que supone una microentrevista clínica, tiene que hacerse en un entorno profesional y sanitario.
– ¿Cree que esta visión es minoritaria en el sector?
– Yo creo que es una tendencia sólida pero no mayoritaria. Muchísimos compañeros «navegan» con un rumbo de ética profesional, pero a lo mejor con poca definición de cuál debe ser su misión. Estoy convencido de que, con una pedagogía interna potente y clara, la tendencia iría ganando muchísimos adeptos, y la prueba está en los recién egresados de Farmacia. El sentimiento de profesionales sanitarios en la sociedad que tienen los alumnos que se gradúan ahora es superior al que yo tenía en mi época; su formación está más orientada al trabajo con pacientes, y si lo trabajas y haces una pedagogía interna valiente, esta tendencia ya no sería tan minoritaria. Muchos pondrían sus velas en esa vertiente, porque en el día a día de la farmacia se hace una labor preciosa. La farmacia tiene predicamento en la sociedad, porque se atienden consultas, se solucionan problemas de salud, se hacen dispensaciones profesionales. La clave está en redefinir este modelo profesional y evolucionarlo. La palabra revolución no me gusta; prefiero hablar de evolución, y una evolución profesional con un destino claro podría ser perfectamente viable.
– El sector siempre se ha sentido amenazado. ¿Cree que en la actualidad hay amenazas claras?
– He tenido la suerte de vivir en la farmacia, de escuchar a mi padre, y he oído hablar de nacionalización, de liberalización... Siempre hay amenazas, pero creo que la amenaza más importante es quedarte sin rol profesional en la sociedad, porque las sociedades se transforman y lo hacen de una manera exponencial. Mientras te planteas qué hacer tienes muchas posibilidades de que tu entorno se haya transformado y hayas perdido el tren de la transformación. Ésa es para mí la principal amenaza, y un buen ejemplo lo tenemos en este año de pandemia, en el que se han transformado muchas cosas en el mundo de la salud. Lo que de verdad me preocupa es que el rol profesional del farmacéutico no tenga más cosas que ofrecer, más allá de lo que ya ofrecía en el año 2000.
– ¿Qué puede aportar Farmacéuticos con Iniciativa ante este reto?
– Lo que hemos hecho es crear dos líneas de trabajo. Una es la línea de grupos de trabajos sobre aspectos concretos de desarrollo profesional, de vida real, y ahí están los grupos de trabajo en diabetes y riesgo cardiovascular, en dispensación, en coordinación con hospital... Es decir, cosas que te ayuden a mejorar tu día a día, tus habilidades profesionales. Esto siempre te refuerza y te ayuda a crecer. La otra línea es la de las jornadas de reflexión y debate. Es muy importante aprender a reflexionar sobre temas que son un poquito tabú en la profesión, escuchar a personas que conocen y que tienen criterio sobre esos temas e ir forjándote tu propia opinión, y todo en un ambiente de espíritu constructivo, crítico, positivo, al que no estamos muy acostumbrados. A los farmacéuticos nos cuesta sentarnos a reflexionar y confrontar. Eso es algo que afortunadamente sí tenemos en la asociación, nuestro espíritu es ése, pero a la profesión le cuesta. Con esas dos líneas de trabajo pretendemos generar pequeños cambios, a la medida de lo que puede generar una asociación pequeña como es Farmacéuticos con Iniciativa. Evidentemente, los grandes cambios se consiguen a través de las grandes palancas de transformación, como son las instituciones.
– Las redes sociales tienen cada vez más importancia, pero ¿cree que la forma en que algunos farmacéuticos las emplean puede llegar a ser una amenaza para el sector al transmitir una imagen superficial?
– Las redes sociales son un escaparate de comunicación y, como hemos comentado antes, la dualidad comercial-profesional siempre ha existido y existirá, pero con ese tipo de actuaciones esta dualidad está muy desequilibrada y al final se está dando una imagen muy sesgada de la profesión. En este siglo XXI el binomio medicamento-paciente ofrece enormes posibilidades para conformar un modelo de negocio profesional, y lo que hay que hacer es profundizar sin miedo en ese camino, que sin duda nos llevará a cambios, y si nos dirigimos hacia ahí los farmacéuticos seguiremos siendo importantes. En cambio, si nos limitamos a mantenernos con el medicamento, pero sin perder otras muchas cosas, porque se supone que con ellas ganamos dinero (aunque quizá no tanto como pensamos), al final nos quedamos en ese camino tibio, y la tibieza no conduce a nada. Hemos de ser valientes, definir muy bien a qué queremos dedicarnos y después, a través de las palancas de transformación y buscando sinergias basadas en el liderazgo, podremos intentar llevar la profesión hacia donde creemos que tiene futuro.