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Una institución libre de enseñanza para los farmacéuticos

Manuel Machuca González

Manuel Machuca González

https://manuelmachuca.com Universidad de Loyola. www.uloyola.es

Una institución libre de enseñanza para los farmacéuticos
Una institución libre de enseñanza para los farmacéuticos

En 1876, una serie de catedráticos, políticos y pensadores, liderados entre otros por Francisco Giner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate y Nicolás Salmerón, fundaron la Institución Libre de Enseñanza con el deseo de transformar la realidad socioeducativa y cultural de España, en respuesta también al gobierno del conservador Cánovas del Castillo, que los había apartado de sus carreras docentes en la universidad. Buscaba construir una educación integral, activa, fundada en la educación global del ser humano, desde una perspectiva científica y ética, con la ambición de mejorar la sociedad desde diversos ámbitos y en diferentes campos del saber, como la medicina, el derecho o la filosofía.

Me viene a la memoria esta recordada Institución al leer el Manifiesto por una educación farmacéutica asistencial que un grupo de estudiantes ha promovido a través de las redes sociales. Que la enseñanza orientada al paciente no ha calado todavía en las facultades de farmacia españolas' es algo que se puede constatar en cuanto se rasca algo en la formación de los alumnos de prácticas tuteladas. A pesar de los esfuerzos de algunas, la investigación en atención farmacéutica sigue siendo, como me espetó un renombrado prócer académico de prestigio internacional, «una discusión de tabernilla».
La formación que promovía la Institución Libre de Enseñanza se centraba en aspectos esenciales para la atención farmacéutica. Una visión integral del paciente, insertado en un entorno social, cultural y paisajístico incluso, es un aspecto básico en la formación del farmacéutico actual que hubiera asumido la entidad que fundara Giner de los Ríos.
A día de hoy, esperar que se den de forma rápida los cambios necesarios en las facultades no sería pecar de utópico, sino de cándido. La profesión farmacéutica, sin embargo, tiene la entidad suficiente para no dejar en manos de terceros su futuro asistencial, sin que ello suponga renunciar a la legítima aspiración de que el 80% de los alumnos universitarios de farmacia, que en la actualidad ejercen su actividad en el ámbito asistencial, reciban la formación adecuada para poder ofrecer sus conocimientos a la sociedad.
Una institución educativa promovida por la profesión y desde la profesión podría generar la formación y la investigación que los farmacéuticos necesitamos para avanzar y salir del marasmo en el que estamos inmersos en la actualidad. Es cierto que hay buenas experiencias ya, tanto por parte de los colegios oficiales y el Consejo como de las sociedades científicas, pero se trataría de dar unidad en los objetivos perseguidos, en la filosofía y en la estrategia a seguir para que, más pronto que tarde, los farmacéuticos estemos listos para afrontar los retos que tenemos, y que la sociedad pueda disfrutar de los beneficios que supondría tener un farmacéutico asistencial que mejore la seguridad del medicamento como bien de salud. Una institución que estandarice la formación, aprenda e innove con la investigación y, sobre todo, ayude a poner en práctica lo que sigue siendo hasta ahora nada más que un anhelo.
Quizá sea utópico y cándido por mi parte soñar con algo así, con una profesión que sea capaz de transformar la realidad sociosanitaria del farmacéutico, que se forme desde una perspectiva científica y ética con la ambición de mejorar la sociedad en el ámbito del medicamento, pero mucho me temo que esto o lo afrontamos desde dentro y con nuestros propios medios, o seguirá siendo el sueño eterno de los idealistas, una buena excusa para los trepas, y la «discusión de tabernilla» a la que aludía aquel insigne catedrático.

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