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  • El secreto de la inmortalidad

Una profesión que lo cifre todo al margen comercial de la venta de un producto, con un único cliente en ocho de cada diez de sus transacciones, está vendida. Sin embargo, aquella cuyo valor se base en el conocimiento que aporta para resolver problemas reales que tiene la sociedad, no morirá nunca. Siempre y cuando tenga, claro está, los reflejos suficientes como para ir modificándose conforme esos problemas de la sociedad vayan evolucionando. 

No importa la relevancia que tenga el producto –por muy necesario y fundamental que este sea–, salvo que sea la misma profesión la que lo fabrique, lo que no es nuestro caso con los medicamentos.

El mes pasado, tuve la oportunidad de participar en dos foros profesionales en los que pude constatar lo que he comentado, con dos experiencias muy diferentes. Una de ellas fue en un Congreso en Río de Janeiro. En ese momento, los farmacéuticos brasileños estaban a la espera de que la presidenta dictase un veto a la Proposición de Ley de sacar los medicamentos de las farmacias. Lo consiguieron, Dilma Rousseff bloqueó la Ley, y las farmacias van a proseguir vendiendo medicamentos, haciendo ofertas, y con el farmacéutico perdido entre los papeles al fondo del establecimiento. El miedo consiguió la victoria (en este principio de siglo XXI, el miedo está ganando muchas batallas), pero me temo que este camino tendrá un corto recorrido.

El otro evento en el que participé fue una Jornada con farmacéuticos holandeses y compañeros de la recién nacida Sociedad Española de Optimización de la Farmacoterapia (SEDOF), que en ese momento estaba a punto de salir de su fármaco-vientre. Los farmacéuticos comunitarios del país de los tulipanes nos explicaron que la mayor parte de sus ingresos venían de los servicios profesionales que ofertaban, todos pagados por las instituciones aseguradoras, entre los que estaban la información en primera dispensación, la educación para la salud, los sistemas personalizados de dispensación, el seguimiento farmacoterapéutico... Y además, el precio del medicamento no era lo importante para fijar su salario, sino el conocimiento.

Me pregunto yo si en España estaremos más cerca del ejemplo brasileño o del holandés en el futuro próximo. En foros profesionales de atención farmacéutica, que se supone que son los más evolucionados, no oigo otra cosa que el rasgarse las vestiduras por el poco reconocimiento que tiene lo que hacemos. Por supuesto que no son todos los que están, pero sí los que hacen más ruido.

Además, la crisis y sus miedos, en lugar de generar el nuevo escenario que vendrá sin remisión, no hacen sino provocar que quienes tendrían la capacidad de liderar el cambio se enroquen y se tapen los ojos. Y en lugar de coger el timón, parece que lo que están pensando es esperar a que venga un buque de rescate, que parece que nunca llega.

Ojalá seamos capaces de liberarnos de las cadenas que constituyen el margen comercial, que fueron de oro pero hoy están mohosas. Y que por fin confiemos en lo único que de verdad nos puede hacer inmortales como profesión: nuestro conocimiento.

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