Aromas primarios. Se desprenden de la superficie del vino y aumentan si los agitamos; proceden de las variedades de uva con las que se elabora el vino, la zona de cultivo, el grado de maduración y el clima: florales, pera, melocotón, melón, coco, mora o almendras.
Aromas secundarios. Provienen del estrujado, desfangado, trasiegos, clarificaciones y de los diferentes tipos de fermentación; tienen un carácter más complejo, vinoso e intenso que se atenúa con los años: mantequilla, lácticos, levadura, miga de pan, queso o nata.
Aromas terciarios o bouquet. Se producen en el proceso de envejecimiento en barrica y botella. Predominan los balsámicos, especiados, animales, pino, incienso, trufa, clavo...
Según los matices aromáticos de los vinos podemos clasificarlos en aromas animales, balsámicos, madera, químicos, especias, ahumados y cocidos, fermentación, flores, frutas y vegetales, entre otros. Los defectos aromáticos de los vinos pueden ser debidos a muchas causas. Las más frecuentes tienen su origen en el proceso de elaboración, en el tapón de corcho y las condiciones de temperatura durante la evolución en botella.