
Raúl Guerra Garrido
Farmacéutico. Escritor. Premio Nacional de las Letras 2006. /www.guerragarrido.es/
Descorazonado contemplo la estrella Polar mientras decenas de barcos pesqueros tachonan con sus luces la oscura superficie del agua; es el tiempo de la anchoa. Quizá por pensamientos recurrentes como la receta electrónica, ese avance tecnológico de ordenadores y ciberespacio que elimina el enigma de la letra de médico y permite una dispensación exacta e instantánea, pero que nuestro sinsentido común la trasforma en algo más provinciano imposible.
El ingenioso hidalgo, dada la escasez de su documentación e iconografía personal, no sabemos si nos remite a don Miguel o a don Quixote y, en rendido homenaje, a los cuatrocientos años de su muerte.
Dos españoles sólo se ponen de acuerdo por un malentendido y quizás esto provenga de principio requieren las cosas para acordarse. Creo que no he ido de turista a parte alguna, pero sí guardo recuerdos entrañables de los países visitados y tres de esos souvenirs acuden solícitos a la tertulia para explicarme lo que en nuestra patria suele suceder y en estos días con una evidencia desoladora. Es un bucle pero no distanciamiento, sólo extrapolación con respecto a tres capitales escandinavas, Helsinki no la conozco.
Esta tertulia es un elogio desmedido y merecido, válida contradicción, a nuestro colega y sin embargo amigo Javier Puerto Sarmiento, catedrático de Historia de la Farmacia, cuya excelencia historiográfica y novelística, otra paradoja, ahora nos abruma y alegra con una biografía tan total como para merecer la cuasi inauguración de la colección de biografías promovida por la Real Academia de la Historia, de la cual es miembro numerario.
Hay noticias que lo dejan a uno con el alma en un hilo y a punto de caérsele a los pies. En realidad no fue noticia sino información, hace unas horas y en Wikipedia, en el resumen que proporciona de mi biobibliografía dice: fallecido en Madrid, 1935.
En un tiempo de transición y en contra del pleonasmo, el tiempo es tiempo porque transita y ya poco importa si de forma lineal o curva, somos tiempo hecho carne y todas las horas hieren menos la última. Todos nos reunimos en la ciudad aprovechando el tránsito del tiempo. Ciudad de todos menos mía, residente habitual o persona afincada, o escritor adaptado, depende del medio. Ciudad de ella, de mis hijos, no de todos los nietos, la dispersión es tan caótica como móvil.
«Castrillo ya no es Matajudíos. Un pueblo burgalés de sesenta habitantes cambia oficialmente su nombre antisemita tras someter la decisión a referéndum: 29 a favor del nuevo nombre, Castrillo Mota de Judíos, y 19 a favor del viejo, Castrillo de Matajudíos.» Ésta fue, más o menos, la noticia que salió en la prensa el pasado mes de mayo, sin que se insistiese en diferenciar toponimia y etimología, dos versiones no siempre coincidentes en el significado. Si un nombre ofende a una persona, no digamos a un colectivo con una sensibilidad tan justificada como la de los judíos sefarditas, ¿por qué no cambiarlo a su significado original no ofensivo? Y realizado el cambio, ¿por qué no aclarar el equívoco?
Se cumple el ciclo anual en que celebramos tertulia con el Premio Nobel de Literatura recién concedido, este año con la bielorrusa Svetlana Alexiévich, de quien nada habíamos leído y en la que quizá sí se haya cumplido ese perverso dicho de «alguien a quien apenas conocían en su país pasa de inmediato a ser mundialmente desconocido», y en nuestro ánimo el retrogusto de un amargo sabor ya experimentado.
Una de esas magníficas exposiciones a las que nos tiene acostumbrados la Biblioteca Nacional, una espléndida antología de objetos perdidos, y junto con su título, «Caligrafía española, el arte de escribir», una reflexión sobre qué es lo que queda tras el paso de la historia: algo más que sólo geografía.
Lienzo, tafetán u otra tela que se asegura por uno de sus lados a un asta o a una driza. Las banderas dan mucha tela que cortar, pero uno no es vexilólogo, las tertulias siempre deben tomar un tono amable y recordemos que la bandera española es la lantana crocea, verbenácea de corola amarilla que luego tiende a rojizo azafranada.