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  • Una ciudad sólo existe si…

En un tiempo de transición y en contra del pleonasmo, el tiempo es tiempo porque transita y ya poco importa si de forma lineal o curva, somos tiempo hecho carne y todas las horas hieren menos la última. Todos nos reunimos en la ciudad aprovechando el tránsito del tiempo. Ciudad de todos menos mía, residente habitual o persona afincada, o escritor adaptado, depende del medio. Ciudad de ella, de mis hijos, no de todos los nietos, la dispersión es tan caótica como móvil.

Nada de papás noeles disfrazados de cocacola. Feliz Navidad y regalo de los Reyes Magos es magnífica disculpa, transitable encuentro, tiempo propicio para el paseo por calles que ya sin haber hecho el bachillerato en ellas están preñadas de recuerdos. No coincidí con Luis Martín-Santos pero sí con casi todas las personas que aparecen en las páginas del paseo literario de Javier Mina (Chillida, Múgica, Querejeta, Munoa, Camus, Oteiza…). Y mi paseo nostálgico literario se desliza más por mis páginas que por las suyas, tan coincidentes, coincidencia inevitable, la ciudad es mínima, rodeada de montes pero sin cuestas, abrazada a la mar, cómodamente paseable de punta, pongamos el Peine del Viento, a punta, pongamos la Paloma de la Paz. Tan exacta a si misma a pesar de tantos brumosos avatares, como cuando la descubrí en los sesenta, de autoestopista, aún vestido de soldado en permiso de jura, y en busca del rostro de una mujer. Seguimos juntos y por eso la ciudad todavía existe y me parece bella y confortable a pesar de su tan impredecible pasado. Resiste su armónica arquitectura de espadañas laicas y la postal del marco incomparable. No es una ciudad, es la mejor edición de mis obras completas, mi familia, de ahí que aquí nos reu­namos para el tránsito a un año nuevo. A pesar de otros paseos, paso a paso no por todas las calles aunque bien podría decirlo, dejémoslo en ni un solo barrio sin la huella de terror. La de la inmigración sólo en los barrios periféricos ya de montaña, ¿por dónde crecer si no? Cacereño el último. Hace tanto de aquellas maletas de cartón. Miénteme, dime que no lo volverás a hacer. Inmisericordes pecados del olvido, nefando relato el de la paz venga de donde venga. Sí, te voto, pero miénteme. Paseo melancólico por lugares inadvertidos, esa macla semioculta en homenaje a Fleming, la emergente Peña de los Balleneros, las sumergidas rocas de Picachilla, paseo fascinado por la sucesión infinita de las olas, milagro lumínico de onda y partícula, móvil perenne. A propósito del encanto de un libro más de literatura errante que comparada, De paseo por el San Sebastián de Luis Martín-Santos, de Javier Mina, excepcional paseante de nuestras letras. A Luis no tuve el gusto, se mató en accidente de exceso de velocidad poco después de su Tiempo de silencio, un poco antes de mi llegada a su ciudad. Su Tiempo de destrucción es un apócrifo, no llegó a conocerlo, tampoco a imaginarlo. Llegábamos a miles, cacereños de cualquier región extremeña o no, de Despeñaperros p’arriba todo es Alemania, y Candel lo mismo con su Los otros catalanes. Maletas, tantas maletas culo de mal asiento salvo las de madera. Parece un sueño, mezcla de ilusión y pesadilla como suelen ser los sueños vividos, un paseo literario por la memoria urbana de una ciudad que sigue existiendo por una sola razón, porque una ciudad sólo existe si su nombre es un rostro de mujer y porque puedo seguir acariciando ese rostro. Paseo bajo la lluvia, llueve mansamente sobre la capitalidad cultural y sobre mi corazón a la intemperie.

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