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  • Tiquismiquis de jubilado

«No sé ser viejo», me dijo Ramón Carnicer, y le comprendí perfectamente. La mayoría de nosotros no sabemos ser lo que vamos siendo a lo no tan largo o larguísimo de la vida, depende de cómo nos vaya, pero pendan bayas o se alcen vallas no hay manual de instrucciones. Y el saber ser jubilado es harina del mismo costal, a costa de somatizar errores y desplantes porque lo de jubilarse más que con júbilo tiene que ver con jubileo, indulgencia plenaria no siempre solicitada.

El prescindir del reloj, el marcarse uno mismo los horarios o, aún mejor, el prescindir de los horarios, es sin duda lo más ventajoso de la jubilación, siempre que sepas qué hacer o no hacer con las horas libres, que aproximadamente son unas 24 al día. Errores a evitar: adquirir aficiones nuevas que jamás han sido añoradas. El golf e Internet son dos pestes endémicas, son manías depresivas para los amigos que han de soportar tus soporíferas hazañas de tantos golpes por agujero o tus aburridas ingeniosidades de páginas web diarias, y hay que saber (imprescindible) que los amigos son el único contenido esencial para dar sentido a la libertad que la falta de horario supone. La familia es un ejercicio de riesgo. Si peligroso es lo de convertirse en amigo íntimo de los hijos, más peligrosa es la relación con los nietos; paséalos sólo cuando te apetezca y, reconfortante venganza, abandónalos en cuanto empiecen a llorar. Ni por un instante se te ocurra adoptar el papel de abuelo rockero; fue injusto que de niño te hicieran vestir de adulto, no caigas en la tentación de ahora, de mayor, vestirte de joven: no es ridículo, que lo es, sino incomodísimo. Recomendable, si has sido fumador de cualquier hierba, es pasarte al puro habano, los cigarros de Vuelta Abajo pueblan la mente de bellas y tranquilizantes imágenes, además de proporcionar autoestima; el gaitero, el amante perfecto y el fumador de habanos son gente segura de sus fuerzas. Como recomendable es no ofenderse por nimiedades; ten en cuenta que el jubilado es invisible, de ahí inevitables roces. Como no soy rencoroso lo cuento para olvidarlo, me acaba de suceder en una crítica seria sobre mi novela Tantos inocentes, crítica elogiosa en donde se señala un único fallo semántico: «el erróneo empleo de "inerme" con el sentido de "inerte" en la página 202». En tantas páginas por describir la maligna evolución de la socialización de la violencia a la banalidad del mal, el fallo me parece nimio y además no es error. El cuerpo de una persona medio paralítica en brazos del ser amado se ofrece con doble sentido: la mitad paralítica es inerte (inactiva, estéril, inútil) y la otra mitad inerme (desprovista de armas); de ahí que en este caso inerte e inerme se asocien en sinónimo de indefenso y el ser amado se instale como defensor. Hay que soportar los roces no graves, algunos escrúpulos y los reparos de poca importancia, no ser tiquismiquis, persona suspicaz y voz propensa a la errata, de haber escrito tiquistiquis me estaría refiriendo a un exótico árbol sapindáceo de a saber dónde. Para el jubilado la amistad es un tesoro, pero hay que esforzarse en conservar viejos amigos y dar facilidades a uno nuevo; las tertulias son un buen recurso, y ya desaparecidas las de rebotica y agónicas las de café, recurrir a la imaginación: a estas alturas de la vida la charla puede ser interesante, ya nadie pondrá reparos en que hablemos libremente de religión, política y sexo (¿te acuerdas?). Con una inesperada ventaja: con los años se adquiere una inédita y nada desdeñable capacidad de perder el tiempo, que de saberse aprovechar compensa con creces la pérdida de memoria. Todo bajo una amenaza barojiana: «La felicidad es la ausencia de dolor».

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