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  • De Arbil A Eibain

El correo postal decrece en proporción inversa al crecimiento del electrónico, e incluso en Navidades, a pesar de los christmas, se hace mínimo. A pesar de lo cual aún llegan algunos «calendarios», y este año me llegó uno en particular bastante insólito: el de la Saudí Aramco World con una fascinante foto aérea de Arbil, ciudad curda, una de las más antiguas ciudades deshabitadas de la Tierra. 

Arbil, según la lengua, también es Irbil y Erbil, y en anagrama Abril, y desde el aire se ofrece como un limpio corte transversal de los dos hemisferios cerebrales: larga calle con mínima plaza dividiendo en dos el tupido tejido sináptico o urbano. Hipnótica estructura cristalina y simétrica, cerebral y ciudadana, que me remite al origen del primer asentamiento humano de la tribu ya sedentaria y civil: la bastida. Pongamos Europa y siglo xiii, las bastidas, para repoblar grandes espacios deshabitados, organizan su urbanismo de plano en damero con bloques de casas rectangulares recortadas por entramados de calles perpendiculares que se focalizan hacia una plaza central, en donde está el mercado y accesoriamente el ayuntamiento y la iglesia. Castilla se realiza en Plaza Mayor, y los anglosajones efectúan el corte transversal de su Main Street. Esa foto de Arbil es espejo de tantas razones cuerdas y azarosos recuerdos, de entendimiento, sentimiento y tanto miento, de mentiras piadosas, selectivos olvidos e ingenuos éxitos que todavía nos excitan, de un tiempo que nos cuesta reconocer que hayamos vivido. ¿Qué hicimos con nuestro tiempo?, ¿por qué ahora nos deshace? Abril es el más cruel. Efecto simbiótico, óptico, de la ciudad como cerebro, de nuestra percepción del mundo en el plano del lugar en que hicimos el bachiller y robamos un primer beso. Que me remite a mi primera bastida literaria, Eibain, ese pueblo guipuzcoano y fabril que no existe (si lo sabré yo, después de haber vivido en él tantos años) en donde Julio Laso Barriola escribió su único libro, Breve historia de Eibain, y de cuyas páginas suelo copiar las citas con las que abro muchas de mis novelas, pongamos la de la última: «Cuando no se me ocurre nada escribo pensamientos, cuando no sé expresar bien el pensamiento recurro a dos anécdotas contradictorias». El farmacéutico de Eibain es don Félix Mocoroa, analista que además de clínicos efectuaba toda suerte de determinaciones bromatológicas, filactéricas y bravías como demuestra su opúsculo El poder antibiótico del vino de Rioja. Nunca me han preguntado por don Félix, y más extraño es que tampoco lo hayan hecho por don Julio, personaje que ahora confieso es tan de ficción (¿estoy seguro?) como su único libro. De lo que sí estoy seguro, si algún día ingreso en academia o similar, es que mi discurso de ingreso, trate de lo que trate, se titulará «Breve historia de Eibain». Es curioso el efecto desencadenante que puede provocar una inteligente foto de un paisaje urbano, efecto demostrativo de que el paisaje es un fenómeno cultural. De todos los correos la paloma mensajera es el que más me sigue gustando y el que más uso, por el postal llegaron varios calendarios, pero ninguno como los que enviaban antes los laboratorios farmacéuticos suizos, con esas bellas estampas de montañas nevadas, imágenes que terminaban ilustrando paredes de hogares modestos. En mi habitación de estudiante figuró durante varios años una imagen muy diferente, la de la playa de Waikiki, no recuerdo de qué calendario procedía. De bomberos nunca recibo. Dejemos la tertulia sabiendo que Arbil, de por Irak, es Abril, hermoso corte histológico, y Eibain contracción de Eibar y Andoain, turbulenta pero irrenunciable memoria.

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