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La farmacología no es estática, es un fenómeno vivo

La farmacología no es estática, es un fenómeno vivo
La farmacología no es estática, es un fenómeno vivo

Cuando en la universidad estudiamos farmacología, la estructura que se sigue es la de explicarnos cuáles son los mecanismos de acción de los fármacos, qué efectos secundarios provocan, en qué patologías se emplean, todo en base a un circuito biológico que se supone que el fármaco desencadena.

El fármaco actuaría como una especie de llave que al encajar en una especie de cerradura (receptor) abriría una secuencia biológica que se manifiesta en última instancia con un efecto terapéutico. Por ejemplo, si se toma ácido acetilsalicílico se abre el circuito de la mediación inflamatoria y plaquetaria cuando este fármaco se une y bloquea una enzima que se denomina ciclooxigenasa que tiene la función biológica de sintetizar factores proinflamatorios y, sobre las plaquetas, activarlas para que se agreguen y formen un coágulo que impida la hemorragia. Por lo tanto, el fármaco viene a bloquear este circuito biológico, por lo que el resultado final es que no se produce la inflamación, ni las plaquetas se agregan, lo que en última instancia fomenta la hemorragia.
El modelo es como un circuito electrónico, desde un interruptor (ausencia o presencia del fármaco) hasta una bombilla roja (fomento o no de la hemorragia) y una bombilla blanca (fomento o no de la inflamación). Es un modelo similar al electrónico donde un elemento es el que permite o no la consecuencia siguiente que a su vez permite o no el paso sucesivo y así hasta llegar a la bombilla. O como una cadena de fichas de dominó puestas de pie una al lado de otra y al lado de otra, y así, de manera que la secuencia se expande tras el impacto sobre la primera de ellas. En otras palabras, es un modelo en el que la causa (fármaco) es efecto de otra causa que a su vez es efecto de otra causa que a su vez es efecto de otra causa, y así avanzando incluso hasta el más allá de lo biológico como ilustraremos más adelante.
En todo el estudio de la farmacología (en universidades, hospitales, centros de salud, laboratorios y allá donde estén los fármacos) se emplea el mismo silogismo consistente en que si A es igual a B y B es igual a C, entonces A es igual a C. Los primeros elementos de la ecuación suelen ser de naturaleza biológica; por ejemplo A (pravastatina) = B (bloqueo de la enzima HMGCo-A reductasa) = C (formación de colesterol) = D (disminución de los niveles de colesterol). Más tarde la ecuación continúa con una serie de elementos de naturaleza clínica, como = E (menor propensión a los eventos cardiovasculares). Y más tarde se integran otros de naturaleza psico-social hasta llegar a G (disminución de la mortalidad). Por lo tanto, A (pravastatina) = G (disminución de mortalidad), y también D (disminución de los niveles de colesterol) es igual a G.
Otro ejemplo, A (antidepresivo) = B (bloqueo de la recaptación de serotonina) = C (aumento de la serotonina en el sistema nervioso central) = D (mejor humor y ánimo) = E (mejor bienestar) = F (mejor calidad de vida).

Hay muchos más. Los manuales de farmacología están plagados de estos razonamientos que en su esencia son de la misma naturaleza, es decir, que siguen la misma lógica. Es una lógica que se denomina cartesiana en referencia al filósofo Descartes y a su visión del mundo donde el todo se puede descomponer en partes que guardan una relación causal entre ellas. Si hay relaciones de causa y efecto en la maquinaria biológica, entonces podemos inducir efectos farmacológicos terapéuticos. Esta es la premisa.
Pero esta lógica y este compendio de información (millones y millones de estudios farmacológicos fundamentados con la aplicación de esta lógica) es una visión muy parcial del fenómeno farmacológico. La distancia entre la lógica farmacológica que se aplica en la actualidad y el fenómeno farmacológico vivo es la misma que entre un retrato y un rostro, o la que pueda haber entre un mapa cartográfico y la tierra. Es decir, en la asunción del modelo farmacológico vigente necesariamente tenemos que omitir gran parte del fenómeno farmacológico, y en su esencia, lo que se le extirpa al fenómeno es, sencillamente, que el fenómeno farmacológico está vivo.
Se convierte lo biológico en una máquina muerta y más tarde se introduce un fármaco para avanzar en una ecuación aritmética sin límites hasta el fondo de la dimensión bio-psico-socio-espiritual. Y estoy hablando de lo que se viene a llamar «Farmacología Humana». No hablo de la experimental ni de la de los tubos de ensayo, hablo de estudios humanos donde se toma un fenómeno (interacción entre un fármaco y un organismo biológico vivo) y, para comprenderlo y manipularlo, matamos lo vivo que hay en él, y lo transformamos en una especie de invento de concatenaciones como las que aparecen en las películas en las que suena el despertador y eso ahuyenta al gato y eso suelta una bola que desciende por una espiral que acaba impactando sobre otra bola que a su vez impacta sobre un péndulo-martillo que acaba pulsando el botón de una tostadora, y el señor ya tiene su desayuno preparado nada más despertarse.

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