Decía el triste y recientemente fallecido Eduardo Galeano en las clases de su Escuela del mundo al revés1, a propósito de lo ocurrido en Florencia en 1995, que sometió a elección de los ciudadanos la planificación del transporte de la ciudad, que la bicicleta... es un medio de transporte que es barato y no gasta nada, ocupa poco lugar, no envenena el aire y no mata a nadie, y que fue inventado, hace cinco siglos, por un vecino de Florencia llamado Leonardo da Vinci. Su defensa del uso de este medio de transporte ha sido habitual en sus obras literarias y periodísticas.

En muchas ciudades europeas se impuso hace ya tiempo el uso de la bicicleta. En algunas la tradición tiene más solera y en otras, como en mi ciudad, Madrid, la cosa está recién parida (aunque dicho sea de paso, funciona muy bien). En esta ocasión no podemos hablar de grandes diferencias entre el norte y el sur, el este o el oeste: en esta Europa la bicicleta se ha ido imponiendo por muchas razones; últimamente hasta por moda, si bien es cierto que cualquier excusa es buena, y casi el noventa por ciento de los destinos Erasmus que ofertan nuestras universidades son ciclistas. Quieran o no van a tener que aprender a moverse sobre el medio de transporte de dos ruedas más popular y recordar una de esas enseñanzas de la infancia que se dejan de lado a medida que uno se hace mayor, sin ser realmente consciente del bien que nos hizo en su día. Como no se me ocurría otra forma de relacionar a Galeano con el Erasmus que no fuese a través de la bicicleta, vaya por delante que hoy viajamos a Ámsterdam, en bicicleta, claro está, Galeano mediante.

Y es que si bien, como acabo de contarles, la bicicleta va a ser una constante en sus estancias Erasmus, hay una ciudad europea que se lleva la palma, hasta el punto que las bicicletas han superado a los peatones en importancia y casi en derechos: Ámsterdam. La capital neerlandesa (no quiero ponerme más papista que el Papa, pero Holanda es sólo una parte de los Países Bajos, y no el país entero, aunque por otro lado Ámsterdam también es la capital de la región de Holanda septentrional) está completamente preparada para que los ciclistas manden por las calles. Nadie discute su supremacía callejera. Cualquier madrileño medio (y digo madrileño, porque hemos sido los últimos en llegar a esto) se queda parado en medio de uno de los pocos carriles bicis que tenemos en la ciudad y no se altera ante la llegada de una bicicleta; puede incluso que le mire de manera desafiante. En Ámsterdam esa misma situación acabará en merecido atropello. Igual que las bicicletas no ocupan las aceras o las calles por tener espacio suficiente por toda la ciudad, hacen valer su superioridad en el carril bici. Hasta el aparcamiento de las bicicletas está regularizado; no como la (maldita) zona verde de las ciudades de los (malditos) coches, pero uno no debe dejar abandonada su bicicleta en cualquier lugar, pues se expone a pagar por tomar dicha actitud. El uso de este medio es tan masivo, que el problema del aparcamiento no es baladí (tan masivo es, que existe hasta esto).

Pese a este pequeño riesgo, la bicicleta es fundamental y pueden, y deben, hacerse con una como primera medida cuando lleguen allí. Tienen la opción de comprarse una nueva o de recurrir a la segunda mano (hablamos poco de la bendita segunda mano y el Erasmus). En relación con eso de las multas, y como bien dice el artículo que les enlazo, la cuantía de las mismas es elevada, y la gente muchas veces opta por comprarse una nueva bici, en vez de pagar. Para ello se recurre mucho a los mercadillos, sobre todo al de Waterlooplein, uno de los más populares hasta para los turistas. Sin embargo, en cada barrio, y casi en cada calle, hay tiendas de segunda mano, que ofrecen el mismo servicio, aunque con la garantía de no haber robado el vehículo (que esto puede ser un problema de comprar la bicicleta por la calle). Pero todo está tan preparado, que hasta pueden consultar sus dudas sobre cómo circular aquí, por ejemplo.

Pero dejemos el transporte por unos momentos y vayamos a conocer una ciudad que, evidentemente, no es sólo Barrio Rojo, Coffee Shops y bicicleta (aunque también hablaremos de eso, claro está). Y vamos a otras cosas útiles, antes del turismo: la vivienda. La universidad facilita residencias, buenas y bonitas, pero no baratas. Eso sí, Ámsterdam es una ciudad grande, y como todas ellas, hay muchos Erasmus y muchos estudiantes en general, así que puede ser un buen medio para conocer gente. Además, los alquileres de pisos no son económicos ni fáciles de conseguir. En esto último van a mandar dos cosas, la pasta, como siempre, y el tiempo que vayan a ocupar el piso. Si van a estar ustedes menos de tres meses, no se preocupen, pero si su estancia va a ser más larga (cosa que es probable), necesitarán el BSN, burgerservicenummer o número de servicio del ciudadano (aquí las utilidades del mismo). Respecto a lo primero, no son económicos ni para los estudiantes, ni para los propios amsterdameses (esto estaba por ponerlo entrecomillado, pero el Cervantes manda), y es que todo el país, pero las grandes ciudades especialmente, se enfrentan a un problema serio, con muchas derivadas en las que no vamos a entrar, que se resume en que la demanda triplica a la oferta. Vamos, que es caro para todos.

Entre los imprescindibles de la ciudad hay que colocar los museos. Hay tres visitas que son de obligado cumplimiento, tanto si van tres días como si viven nueve meses: el museo Van Gogh, la casa de Ana Frank y el Rijksmuseum. Tanto para estos tres, como para los restantes, que haberlos haylos, existe un bono que se amortiza con estas tres visitas y dos más y que es recomendable comprar (información aquí). La temática de los museos que les hablo creo que es clara: la obra de Van Gogh (aunque no todos sus cuadros se encuentran allí), las miserias de la familia Frank contadas por su hija durante la ocupación Nazi (terrible testimonio) y el último, el más difícil de entender, reunión de pinturas neerlandesas a lo largo de la historia (muchas de ellas archiconocidas).
Si reciben una visita durante su estancia de un par de días y no son ustedes tan buenos anfitriones como para perder una mañana, o tienen exámenes por ejemplo, lo mejor es que les manden a la plaza Dam, a que hagan el free tour.

Todos los días a las once y con un guía en español, se hace un recorrido gratuito muy entretenido con el que conocer la ciudad, tanto su historia (que hoy me la he dejado) como sus monumentos. Al final se paga la voluntad, y se paga con gusto, créanme, porque uno sale encantado. Ofrecen otros tours de pago, que son igualmente interesantes. Si la visita no es familiar, directos a la visita a la Heineken, donde te dejan jugar y beber cerveza al mismo tiempo; es como un parque de atracciones para adultos. Aunque para adultos, adultos, el Barrio Rojo. Uno entiende la madurez de la sociedad neerlandesa al visitar ese barrio (aunque aquí se podrían abrir debates sobre la prostitución que no me corresponden), donde venden droga en las cafeterías (donde se puede fumar marihuana, pero no tabaco) y las prostitutas cotizan a la seguridad social. La tradición del Barrio Rojo se remonta a la época de mayor esplendor del puerto de Ámsterdam (venido a menos por la irrupción de Rotterdam), cuando los marineros hacían parada y fonda en la ciudad (el resto ya se lo imaginan) (otras anécdotas del Barrio Rojo aquí).

Respecto a los coffee shops, son para turistas, en el sentido que la experiencia neerlandesa ha conseguido que disminuya el porcentaje de autóctonos fumadores de cannabis muy por debajo de la media europea, con mejores datos que países como Francia, España o Italia (este sería otro gran debate, y para los que estén estudiando Farmacognosia ahora mismo, no digan que lo he abierto yo). La experiencia de los Países Bajos se basaba en la premisa de que no es posible acabar con la droga y para evitar además que los consumidores se pasasen a drogas más duras, se permitió el consumo de las blandas. Esta última parte es la que se les ha complicado, pero aun así, hay otros países que recientemente han apostado por el modelo neerlandés (por ejemplo Uruguay).

Aunque haya defendido el modelo de la bicicleta, hay algo que hace especial a Ámsterdam y son los canales; es más, he aguantado hasta el final eso de la Venecia del Norte. No porque los canales, con sus casas flotantes y sus barcos, no sean deliciosos, sino porque es un sobrenombre que se da sin ningún pudor (vean lo que genera en google la búsqueda de ese término y lo entenderán).

En cuanto al idioma, el inglés les basta y les sobra, tanto para comprar un kilo de peras (carísimas), como a nivel universitario. Incluso para ver películas o series, en la televisión. Ahora que si tienen interés por aprender, además de los cursos a los que puedan apuntarse en la universidad, les dejo preparada la opción del Centro de Hispanohablantes de Ámsterdam, donde podrán practicar con nativos a buen precio, además de realizar otras actividades culturales.
Decía también Galeano que los automóviles no votan, pero los políticos tienen pánico de provocarles el menor disgusto, y esta vez tenía razón a medias, porque en Ámsterdam les dieron uno enorme. Ahora, que como dejen votar a las bicis en Ámsterdam, les iban a someter pero sin miramientos.

1Patas arriba: la escuela del mundo al revés. Eduardo Galeano. Madrid. Siglo Veintiuno de España, 1998.

Destacados

Lo más leído