El Telón de Acero (I)

Para los nacidos en los ochenta como es mi caso, cada día menos joven aunque igualmente farmacéutico, la historia de la Guerra Fría nos suena a algo lejano y viejuno. Los recuerdos puros que nos quedan (los que no hemos aprendido en los libros de historia, las películas y los documentales) son los de la familia pegada a la televisión el día que empezaron a tirar el Muro (de Berlín, claro) a martillazos y las múltiples apariciones de ese señor calvo que tenía una mancha morada en la cabeza y que se llamaba (y se llama) Mijaíl Gorbachov (no tiene mucho que ver, pero fíjense si los recuerdos son infantiles, que mi prima ochentera también, de tanto oír a mi tía llamar a ese señor Mijaíl, le acabo diciendo, mira mamá Tu Jalil).

El Telón de Acero (I)
El Telón de Acero (I)

La Guerra Fría abarca desde el final de la II Guerra Mundial al principio de la década de los noventa, con la disolución de la antigua Unión Soviética. En ella no hubo tiros ni batallones, pero en un resumen rápido, las dos potencias económicas y militares más grandes de la época, con dos modelos socio-políticos completamente opuestos, se pelearon por ver quién la tenía más grande. Les cuento esta historia porque últimamente la actualidad, con la que siempre intentamos desde este rinconcito apologético del Erasmus ligar a nuestra beca, mira hacia el Este más de lo que suele para fijarse en lo que pasa en las calles de Ucrania. Y lo que pasa en Ucrania, que ha degenerado de enfrentamientos callejeros en la plaza Maiden a la invasión militar de Crimea por parte de Rusia, tiene un poco/mucho que ver con esta Guerra Fría y con los intereses de las nuevas potencias económicas (no tan nuevas). No vengo a hablarles hoy de geopolítica (entre otras cosas no debería hacerlo, porque no soy precisamente un experto), aunque esta crisis tenga también mucho de eso, sino del Este y de sus destinos Erasmus, pero antes de irnos a la URSS vamos a pararnos en la actualidad del propio Erasmus, que sigue dejando titulares en prensa, una vez más, desalentadores. (Por si están interesados en el tema Ucrania, dos explicaciones amplias y limpias del conflicto aquí y aquí).

Actualidad Erasmus
En demasiadas ocasiones en el último mes hemos vuelto a la palestra. La primera, sin llegar a los niveles de lo antedicho acerca de la Guerra Fría, responde también a un conflicto político que salpica al Erasmus, porque la reciente celebración de un referéndum en Suiza para restringir la entrada de inmigrantes (europeos incluidos) y sus posteriores resultados han acabado con la toma de algunas decisiones desde Bruselas. Una de ellas es dejar a Suiza fuera del programa Erasmus. Suiza no es un país de la Unión Europea, pero era algo así como un amigo de la familia y participaba de pleno derecho en el programa, enviando y acogiendo a unos tres mil estudiantes. En la parte que nos toca, y revisando convenios anteriores, sólo los que estudien en las universidades de Barcelona y Valencia se verán afectados.
En segundo lugar, se ha anunciado cómo será la distribución de fondos del programa, que ha cambiado; ya no se reparte en función del número de universitarios, sino de la población en general, lo que supone que el aumento de presupuestos anunciado se confirma, pero favorece más a otros estados miembros; la parte española crece un 4,22%, mientras que la alemana o la italiana suben por encima del 24% (aunque la polaca desciende más de un 7%). No sean malpensados. Poco después de conocerse esta noticia, el Ministerio presentó las nuevas becas Erasmus por boca de su secretaria de Estado, la señora Gomendio, de la que hablamos en otra ocasión, que anunció, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, un recorte en la duración para poder mandar a más estudiantes; es decir, que sólo se financiarían estancias de seis meses para mantener la cifra de 40.000 estudiantes (30.000 pagadas con los fondos europeos y 10.000 con los españoles), aunque ustedes puedan permanecer un curso completo. Pero es que sólo una semana después de la gracia de los seis meses, el Ministerio de Educación anunció que endurecía las condiciones para otorgar su parte del presupuesto, que a diferencia de años anteriores no sería complementaria con la dotación europea. Nuestra amiga Gomendio, amante del programa Erasmus como pocas, elevó el nivel necesario de idioma hasta el B2 para poder ser beneficiarios de la beca, aunque no lo ha hecho de manera oficial, sino en una rueda de prensa en un acto en la Biblioteca Nacional. Desde las universidades se dan dos datos que difícilmente van a hacer que no piense mal (ustedes juzguen como quieran) de estas posibles nuevas medidas: por un lado, existe un descenso claro que se sitúa en torno al 30% en las solicitudes Erasmus y, por otro, el nivel de idiomas con el que los alumnos llegan a la universidad (normalmente el de inglés, porque en el resto ni se llega), es decir el que garantiza el propio Ministerio, es muy inferior al B2. El que hace la ley hace la trampa y no asegura que esas 10.000 becas que promete las vaya a repartir; a mí, y repito, a mí, me suena a ahorro chapucero, aunque insisto que de momento esto no deja de ser un tiro al aire, a ver cómo sentaba (como se imaginan, entre los estudiantes ha sentado mal). Aún con todo hay opiniones a favor y en contra de esta medida. Por último, añado a este tema del nivel exigido por el Ministerio una novedad del nuevo programa que está relacionada; las universidades de acogida han seguido la recomendación de la Comisión de fijar un nivel mínimo para recibir estudiantes, que ha quedado fijado en el B1. Vamos, que queremos ser más papistas que el Papa. Siguiendo con las apariciones de Erasmus en los medios, el foco informativo se puso en las comunidades que anunciaron que paliarían esta anomalía ministerial, completando la beca hasta los niveles prometidos (envidia los que estudien en la UPV, siempre cuidando el Erasmus). Dicho todo esto, si comparamos las becas de Erasmus+ con las de años anteriores, tenemos que darle la razón a la señora Gomendio; han subido las becas. Los alumnos del curso 2014-2015 van a recibir 250 €/mes frente a los 215 de los de este año (en estos cálculos no se incluyen las aportaciones de las universidades o las comunidades autónomas), pero esos 250 € duran un máximo de seis meses y los 215 podían irse hasta los doce (y tampoco se dice que lo que sube es la aportación comunitaria).

Tartu (Estonia)
En fin, que aunque el Ministerio nos haga su propia Guerra Fría a ver si dejamos ya el Erasmus, no vamos a bajar los brazos, así que ale, a viajar. Voy por fin a hilar el Erasmus con la desaparición de la URSS. Aunque sólo sea elegible en el curso 2014/2015 para los estudiantes de la Complutense, hoy nos vamos a ir hasta Tartu, en la ex república soviética de Estonia. Una vez más fue la música el vehículo en el que se apoyó la gente para llevar a cabo la revolución y de ahí que el movimiento de independencia de las tres repúblicas bálticas –Letonia, Estonia y Lituania– se conozca como la Revolución Cantada (si quieren saber más vean esto) y que se dio a finales de esa década en la que yo nací. Aunque evidentemente el proceso tuvo otros momentos simbólicos muy destacados, que además están de radiante actualidad de un tiempo a esta parte. La ciudad de Tartu es la segunda más grande del país después de la capital, Tallin, y su universidad cuenta con unos 20.000 estudiantes, lo que supone el 20% de la población de la ciudad. Es una ciudad pequeña y universitaria, que algunos de los que allí estudiaron definen como tipo Salamanca; con mucho ambiente, preparada precisamente para la convivencia del estudiante. La universidad es el orgullo de la ciudad, al estar considerada la mejor de los países bálticos, ser de gran tradición entre las universidades europeas aún existentes y figurar en varias categorías de distintos ránquines entre las veinte mejores del mundo (aunque su impacto investigador la relegue a posiciones más alejadas de la cabeza). En la universidad todo el mundo habla inglés, los profesores son accesibles y las gestiones educativas sencillas, aunque en la calle el nivel de idioma es claramente inferior, pero no para la gente más joven, que lo maneja sin dificultad. Vivir en Estonia es más barato que en España, al menos que en las grandes ciudades, con la ventaja añadida que al formar parte de la Unión Europea desde 2004, usan el euro (esto sólo desde 2011). La ventaja principal de esa condición universitaria es el alojamiento, pueden encontrar desde pisos tranquilos hasta residencias universitarias masivas; les dejo un nombre si les va la marcha, Raatuse 22 (los precios no superan los 150 € al mes nunca). Como siempre, insisto en este tema, pero los Erasmus somos gente de andar por las calles y pocos lugares de reunión mejores en Tartu que la playa del lago. Punto de encuentro de los tartuenses (¿?) en verano y por supuesto de los Erasmus que queden por allí. Eso sí, a la playa podrán ir a partir de mayo los más osados y de junio el pueblo llano, porque ahí en ese norte europeo otra cosa no, pero se van a hartar de ver nieve y de pasar frío (en contrapunto, en verano hay una barbaridad de horas de luz). Aparte de este frío, que para muchos puede ser un atractivo más, otra gran desventaja son las comunicaciones desde España; descarten el vuelo directo y miren conexiones con Tallin, Riga (ahí viajaremos otro día con esta misma excusa), Helsinki o alguna otra ciudad nórdica.
Si eligen Tartu dejarán a Sabina en entredicho y verán como para nada estarán tristes al otro lado del Telón de Acero.

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