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Una reflexión en torno a la formación universitaria de nuestra profesión

Teresa M.ª Garrigues

El Espacio Europeo de Educación Superior está pasando de ser un objetivo a materializarse en una realidad. En este proceso, el efecto más patente es una revolución de la metodología docente. El cambio se origina en una nueva perspectiva del papel de la universidad, que además de transmitir conocimientos, debe impulsar el desarrollo consecuente de su aplicación.

Por ello, la enseñanza tradicional ha de ir transformándose con el fin de de incrementar y facilitar el aprendizaje, lo que redundará en una mayor autonomía del estudiante y una mayor madurez. Por esta razón convertirse en un profesional dejará de tener como horizonte la acumulación de datos, ahora accesibles de forma casi instantánea y universal mediante Internet, para focalizarse en una formación sólida que garantice la localización de la información de calidad y su utilización ante los problemas del día a día laboral.

El reto indiscutible en este aspecto está en movilizar tanto a estudiantes como a profesores hacia ese nuevo escenario, que demanda un mayor esfuerzo por parte de todos los agentes implicados, y precisamente ahora, en que los recursos no pueden ampliarse y nuestras facultades siguen masificadas.

Además, más allá de este compromiso, desde mi punto de vista, deberíamos afrontar un cierto cambio en las líneas directrices de nuestro currículum, con una visión estratégica de la sociedad global a la que prestaremos servicio. En este aspecto quizá sea el momento de diseñar cómo articular el equilibrio entre autonomía universitaria y armonización.

La autonomía universitaria es indispensable para alcanzar la máxima calidad docente en función de los recursos humanos y de la infraestructura de que se dispone; garantiza también una respuesta más ajustada a la sociedad próxima geográficamente. Este último parámetro, no obstante, está perdiendo su peso tradicional porque la sociedad es cada día más global. Nuestra profesión no ha sido ajena a este cambio, más bien al contrario: ha liderado muchos procesos de armonización por la importancia del interés público del medicamento. Por otra parte, la profesión atraviesa un intenso cambio hacia la ampliación de servicios al paciente, que es patente no sólo a escala nacional y europea, sino también mundial.

Sin embargo, los planes de estudio del grado en Farmacia no se han consensuado ni a escala nacional ni europea. Es más, son menos flexibles que los previos, por la segmentación en asignaturas semestrales y la reducción de optatividad, lo cual restringe la movilidad del estudiante, cuando una de las características más valoradas en los profesionales es precisamente su flexibilidad y adaptabilidad a entornos cambiantes.

Afortunadamente, la universidad española es una universidad de calidad, con una sólida trayectoria y cuyos mecanismos de renovación están diseñados de antemano para permitir una retroalimentación. Es importante que nos impliquemos todos para que se potencien los caracteres positivos de los nuevos planes y se modifiquen los susceptibles de mejora en pos de la excelencia profesional.

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