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¿Qué se espera de nosotros después del «crack»?

¿Qué se espera de nosotros después del «crack»?
¿Qué se espera de nosotros después del «crack»?

Envejecimiento activo, democracia participativa, ciberactivismo, reacciona, actúa, autogestiona, autoempleo sostenible, empoderamiento del paciente... son los conceptos que empiezan a pulular por doquier y en diversas disciplinas. Parece que la evolución social nos recuerda que todo empieza por responsabilizarnos, todo empieza en nuestra piel, y nos exhortan a pasar a ser principales actores en nuestros procesos sociales, vitales, políticos, culturales y, como no, sanitarios.

Hasta ahora hemos delegado en los representantes políticos la administración del país, en los médicos nuestro estado de salud, en los periodistas nuestro grado de información, percepción y concienciación del mundo, en los artistas los patrones culturales que nos condicionan o liberan, en los economistas la sostenibilidad y prosperidad del pueblo, y en los agentes del espectáculo nuestro entretenimiento. Pero resulta que todo ha hecho «crack» y ahora pedimos responsabilidades a todos ellos, porque los políticos no han administrado, los periodistas no nos han informado y se han unido con los agentes del espectáculo para entretenernos y transformar el telediario en un circo, la cultura se puso al servicio y manutención de la máquina del capital y los economistas se pusieron al servicio de las élites. Pero nosotros, el pueblo en proceso de pauperización, tenemos responsabilidad porque hemos vivido cómodos delegando todas estas tareas que nos configuraban como ciudadanos. Nos hemos olvidado de nosotros mismos como agentes sociales, como agentes políticos, como actores de nuestros propios procesos terapéuticos, como hombres y como mujeres vivas, responsables, dueños de nuestra propia vida. Nos hemos olvidado de que la ciudadanía es un estatus que hay que ganarse. Nos hemos dejado secuestrar.
En sanidad nos hemos comportado como objetos pasivos a los que se nos ofrecían unas pastillas a cambio de que nos olvidásemos y perdiésemos el contacto con nuestros procesos bio-psico-sociales. Nos han dicho: tienes depresión, pero tranquilo, sólo tienes que tomar antidepresivos para salir del bache. Nos han mandado pastillas para el colesterol, hormonas para la menopausia, bifosfonatos para la mineralización ósea, antihipertensivos para alcanzar umbrales tensionales cada vez más bajos, anfetaminas para el fracaso escolar de los niños, suplementos minerales, antiagregantes plaquetarios, hipnóticos, ansiolíticos, estimulantes... Hay una filósofa muy brillante, su nombre Beatriz Preciado, que nombra el mundo en que vivimos como un gran «régimen farmacopornográfico» al que es imposible escapar, en referencia a que la industria del porno y la farmacológica son las más poderosas de la tierra (las que ingresan más beneficios a nivel mundial). Los fármacos y el porno son las muletas que nos injertan para que podamos seguir avanzando en este mundo donde lo importante es el crecimiento del capital (a nivel personal, a nivel familiar, a nivel nacional, a nivel transatlántico, a nivel mundial). Sin fármacos, sin la industria del sexo, los hombres y mujeres sencillamente caerían definitivamente, el sistema se derrumbaría porque le faltaría el engranaje fundamental que lo sustenta.
¿Qué esperamos de las profesiones en este momento? ¿Qué esperamos de los políticos? ¿Qué esperamos de los periodistas y de los economistas, y de los artistas? Pienso que lo que esperamos de todos ellos es que dejen de ponerse al servicio de las élites, que dejen de trabajar para la oligarquía, y que pongan sus conocimientos y sus esfuerzos a nuestro servicio, porque, como decía Leonard Cohen, «cualquier sistema que montéis sin nosotros, será derribado».
De nosotros (como ciudadanos) se espera que ya nunca más nos despreocupemos de nosotros mismos, sino que supervisemos las acciones políticas, la televisión, la cultura, los medios de comunicación, exigiéndoles que trabajen para nosotros, que cojamos las riendas de nuestra realidad y que nos responsabilicemos de nuestros procesos vitales, que autogestionemos nuestra hipertensión arterial (previamente hayamos hecho un pensamiento crítico al respecto de si lo tenemos en cifras peligrosas), que autogestionemos nuestro colesterol, nuestras calles, nuestro dolor, nuestras escuelas, nuestros hospitales, nuestra gripe y nuestra forma de consumir (fármacos, gasolina, alimentos, entretenimiento, cultura...). Ser los protagonistas de nuestra vida y de la realidad que queremos vivir. Ser. La vida se parece muy poco a lo que nos quieren hacer ver y si dejamos de estar en dialéctica con la «máquina», no precisamos de muletas para caminar.
¿Qué pensáis que necesita un ciudadano de un experto en medicamentos? ¿Cómo encajaría ese experto dentro de ese «régimen farmacopornográfico»? Es muy posible que respondamos lo mismo que hemos contestado a los políticos, economistas, periodistas, artistas y agentes del entretenimiento, es decir, que los farmacéuticos dejemos de estar al servicio de las élites y que trabajemos para la gente. Es posible que uno no vea que, en realidad, trabaja para las élites y no para la gente, pero dispensamos diariamente multitud de medicamentos a gente que muchas veces no los necesitan, y por tanto contribuimos taxativamente en la reconducción del cuerpo biológico hacia un cuerpo productivo y funcional (cirugía biológica al servicio de la producción), es decir, somos los agentes que proveen de estos catalizadores biológicos. Recuerdo que Tomas de Quincy en Confesiones de un inglés comedor de opio cae en la adicción a partir del momento en que un farmacéutico le proporciona láudano de opio; somos los ejecutores de estas sentencias biológicas, y tenemos conocimientos suficientes para pensar y en determinados momentos decidir hacer algo al respecto. Si una mujer de 90 años toma 20 medicamentos entre los cuales un antidepresivo (para que ni ella ni el resto de la sociedad se preocupe de su situación precaria y de soledad)*, un bifosfonato (para que no se fracture los huesos si se cae), una benzodiacepina (para que duerma bien, aunque puede que se caiga y la deteriore cognitivamente), un estimulador cognitivo (porque parece que tiene la función cognitiva deteriorada), y un anticolinérgico (para tratar los efectos secundarios del estimulador cognitivo aunque este a su vez también deteriora cognitivamente), si además no puede pagarse parte de esta medicación y nadie le dice de cual puede prescindir y si a esta señora nadie le ha preguntado qué le parece su tratamiento, ni si lo toma o no, si, como digo, lo dispensamos y punto, pues estamos trabajando al servicio de la élite (industria farmacéutica) y no estamos trabajando al servicio de la gente (señora mayor sobremedicalizada, en situación precaria y sin recursos económicos).
Trabajando al servicio de la élite nos ha ido bien, si entendemos por bien que hemos ganado dinero (como lo han ganado políticos, periodistas, arquitectos, y economistas), pero como al resto de profesiones, el periodista ha dejado de informar, el político ha dejado de gestionar el espacio público, el economista ha olvidado todas las teorías de la economía social y sostenible, el cantante ha dejado de cantar, la universidad ha dejado de formar y el farmacéutico ha atrofiado su conocimiento y su capacidad de pensar sobre los fármacos y sobre sus implicaciones biológicas, psíquicas, sociales y culturales (impacto del medicamento a nivel bio-psico-socio-cultural).
Cada uno ha ganado sus euros, a todos nos ha ido bien, pero todos hemos hecho que el mundo en el que vivimos haga un inmenso y contundente crack.

*Los antidepresivos no están estudiados en este grupo de edad, por lo que no hay documentada efectividad alguna.

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