Un Planeando son aproximadamente mil palabras. Son pocas palabras si las comparamos con las que vertemos al río de nuestras conversaciones a lo largo de un día, muchas más, en cambio, de las que son necesarias para redactar un buen titular de noticia, o una nota informativa concisa, de esas que pretenden ser eficientes. Estos días estoy embarullado dentro de una madeja de mil palabras. 

Tengo a medio escribir un Planeando en el que hablo de los viejos, pero las palabras me vienen despacio, me vienen y se van, y muchas de las que llegan me suenan mal, no sé escribir aún de los viejos. No me imagino aún la vida de viejo, aunque cada vez la siento más cerca. No sé si sabré a acabar mi próximo Planeando, vosotros lo sabréis de aquí a unas semanas, pero lo cierto es que esas mil palabras deberían ocupar estas páginas. No he llegado a tiempo y me veo obligado a escribir algo más periodístico, más concreto; palabras carentes de eso que algunos entienden como adornos que envuelven lo esencial. Esta vez, voy a ir al grano.

Hace ya bastante tiempo que estoy convencido que no es prioritario intentar justificar el modelo de farmacia argumentando que es el mejor. No existe un modelo perfecto de farmacia, del mismo modo que no existe un modelo perfecto de nada, un convencimiento que no está basado en una cuestión teórica, es suficiente una simple observación para darse cuenta que existen multitud de modelos en los países de nuestro nivel económico-social y que no presentan grandes diferencias sanitarias respecto al acceso del medicamento, sólo algunos matices los hacen diferentes, pero ya se sabe que los matices dependen de quien los está percibiendo.

El modelo de farmacia que tenemos en España es hijo de la historia y de una evolución tranquila que lo ha ido modelando y ajustando a las necesidades de nuestra sociedad, configurando un servicio sin quejas relevantes. Esta evolución sin sobresaltos ha sido posible porque se ha sustentado fundamentalmente en tres satisfacciones:

1. La satisfacción de los usuarios.

2. La satisfacción de los farmacéuticos instalados.

3. La satisfacción del regulador.

Estos tres vértices han sido los generadores de un triángulo virtuoso capaz de mantener en pie el modelo, más allá de cualquier debate cargado de ideología, pero en los que, al fin y al cabo, los verdaderos protagonistas han sido y continuarán siendo los intereses de las distintas partes. Esta situación de solidez y estabilidad históricas es la que mantiene la esperanza –independientemente de la que tienen los apóstoles del modelo, esos que creen fervientemente en su perfección– a los que esperan que lo que está sucediendo sea un simple desequilibrio pasajero. Mi opinión es distinta.

La grave situación de las finanzas públicas está provocando grandes turbulencias que amenazan el equilibrio existente y lo que hasta ahora era estabilidad amenaza en convertirse en tensión. Una tensión que puede llegar incluso al enfrentamiento entre los protagonistas que hasta ahora mantenían un statu quo.

Una prueba evidente de lo que digo es lo que en estos momentos está sucediendo en Andalucía, donde la insatisfacción del SAS respecto a la factura farmacéutica y la insatisfacción de los farmacéuticos con la carga que está suponiendo la retahíla de recortes de precios y de márgenes está a punto de desembocar en un cambio del statu quo.

Nos equivocaríamos profundamente si consideráramos lo que está sucediendo en Andalucía como un conflicto local, derivado de la organización autonómica de España. Las tensiones presupuestarias de las cuentas públicas subyacen escondidas bajo la espesa niebla de las elecciones y van a aflorar con toda su virulencia en el segundo semestre de 2011 y previsiblemente van a continuar el próximo año.

No deberíamos olvidar que lo que está en juego es la estabilidad del triángulo virtuoso y deberíamos dedicar nuestros esfuerzos a buscar nuevos equilibrios. Sé que algunos pueden entender mis palabras como un síntoma de un cierto pactismo claudicante. No lo son, aunque si lo fueran no me causaría ninguna vergüenza escribirlas. A diferencia de los que piensan que la victoria se la lleva el que tiene la espada más grande, soy de los que piensan que es un error plantear los negocios como si fueran una batalla.

Mis palabras no son más que otra expresión más de lo que llevo escribiendo desde hace meses:

– Es necesario un análisis riguroso de la situación económica del sector y el diseño de un plan de viabilidad para alcanzar un nuevo statu quo sostenible.

– La reconversión inteligente del sector nos conviene más, aunque sea costosa, que la simple espera de la evolución de los hechos.

Escribiendo lo mismo y de una manera tan poco «adornada» corro el riesgo de hacerme monótono, pero cuando apremian las fechas de entrega no te queda otro remedio que ir al meollo de la cuestión, y sobre farmacias el meollo es ése.

El problema que tengo ahora es que aún me quedan unas doscientas palabras para llegar a la cifra mágica de mil y no sería coherente con la concisión que me he impuesto en este artículo llenarlas con historias de mi niñez, o de paisajes de mis veranos, o de lo mucho que me preocupa como el tiempo nos va martilleando, o de algún libro que he leído, o de lo tranquilo que estoy en casa, cuando veo aparecer el sol por encima de las casas que rodean el patio interior, mientras acabo el artículo que el jefe de redacción me reclama para hoy (¡Ya va , Javier!)... o de los viejos.

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