La luz del sol dibuja parches luminosos sobre las paredes de la piedra envejecida de los edificios del Call Major –el antiguo barrio judío de la Barcelona medieval–. A las ocho de la tarde, de un día de julio, el viejo barrio se viste con un vestido estampado de cuadriláteros irregulares que combina los ocres luminosos con los grises sombríos. 

Mientras acompaño a Luis hasta la vieja librería de libros viejos del Carrer de la Palla, una ligera brisa marina despeja el bochorno acumulado en el ovillo enredado de callejuelas y nos proporciona un ligero respiro mientras paseamos y digerimos el estofado y las palabras de Matías.

Conozco a Luis desde hace más de veinte años. Es un gran lector y coleccionista de libros. Pierde el sentido por las primeras ediciones. Su padre también era farmacéutico y sus dos hijos también lo son. Desde que le conozco, y por lo que él me ha contado en nuestras largas sobremesas, también desde antes de conocerle Luis ha tenido una participación activa en diferentes organizaciones farmacéuticas. Es un representante de las generaciones de farmacéuticos que han ejercido detrás del mostrador de las farmacias y han gestionado sus negocios durante los últimos cincuenta años. Es uno de los farmacéuticos que vieron la expansión económica después del cilicio del R64, que debieron superar la amenaza permanente del fantasma de la liberalización, la pérdida de la exclusividad de muchos productos que creían suyos, y que viven perplejos la transformación de un negocio de crecimiento sostenido en uno en el que lo estable es el decrecimiento de la facturación y del rendimiento.

– Tu amigo...

– Aún no es mi amigo.

La amistad puede nacer de una casualidad como la que guió nuestro encuentro, pero necesita cultivarse mucho más para que fructifique.

– Tu conocido, que creo que tiene bastantes posibilidades de convertirse en tu amigo, disecciona bien la realidad. Es un buen cirujano, pero no creo que conozca aún la compleja anatomía del cuerpo farmacéutico.

– Pocos la pueden conocer como tú, pero convendrás conmigo que de vez en cuando una buena radiografía realizada por un especialista es conveniente.

– Vivimos una situación en la que incluso los que como yo creemos que aún hay margen suficiente para que la mejor actitud frente a la crisis sea la prudencia, somos conscientes de que el sector precisa de nuevos instrumentos para mejorar su competitividad. Hemos vivido años en los que no nos ha sido imprescindible para poder crecer, pero esos años ya han pasado y no van a volver.

– ¿Qué quieres decir con nuevos instrumentos?

– Instrumentos, herramientas, estrategias, no sé exactamente cual es la palabra más adecuada para describir lo que quiero transmitirte. Lo que puedo asegurarte es que la visión que debemos tener de nuestro futuro debe ser distinta a la que tenían nuestros padres, y que, de ellos, hemos heredado. Ahora seríamos unos irresponsables si quisiéramos trasladársela a nuestros hijos.

– Ya sabes que mis hijos no han continuado la tradición farmacéutica, por lo que puedo ahorrarme el peso de esa responsabilidad.

– No cabe ninguna duda que la economía va a condicionar de una manera determinante el futuro de la profesión, pero intuyo que existen otras cuestiones de orden sociológico –la continuidad familiar de las empresas o la evolución del valor de las farmacias o la edad de sus propietarios, por ejemplo– que también lo van a hacer. Así como también lo van ha hacer las actitudes que tengan los farmacéuticos frente a las responsabilidades sanitarias que aspiren a asumir.

– Siempre me lo había parecido, pero por todo lo que me estás diciendo deduzco que continúas dedicando horas de reflexión a las cuestiones de nuestra profesión. ¿Has llegado ya a alguna conclusión?

– A la conclusión que he llegado es que no es posible un modelo de futuro uniforme para todo el sector, porque es muy diverso en cuanto a dimensión económica de las farmacias, y también lo es en cuanto a la visión que tenemos los propios protagonistas, los farmacéuticos, de nuestro rol profesional. Estamos acostumbrados a defender y a describir modelos de farmacia uniformes, pero son modelos teóricos que no se sustentan en la verdadera realidad del sector. Esta manera de actuar nos ha sido útil durante estas últimas décadas –las que a mí me ha tocado vivir– de crecimiento sostenido, pero la actual recesión nos exigirá un conocimiento más profundo de la realidad del sector y sólo desde esa realidad iniciar un proceso de análisis y de reflexión para definir distintos escenarios. Seguramente el futuro dibuje un sector menos homogéneo, más diverso.

– Tengo la sensación de que has llegado a una conclusión que sientes como una derrota.

– No me siento derrotado. Nuestra generación ha sido la que ha llevado al sector hasta una situación desde la que se puede construir ese futuro y nuestra función ahora es comprender que el paradigma ha cambiado y ayudar a que el proceso que te he contado sea posible.

Sus palabras suenan serenas mientras las manos de Luis acarician las páginas amarillentas de una primera edición del Primer Romancero Gitano de Federico García Lorca de 1928. Una joya bibliográfica que el librero reserva especialmente para él. Veo en sus ojos la ilusión de tener la historia en sus manos, una historia de la que ha sido protagonista y que podrá guardar en las estanterías de su biblioteca.

PD. Me disculpo ante mis lectores por haber alargado tanto, once Planeandos –¡ya hace cien que planeo!– la historia de mi encuentro con Matías. (Es más ajustado escribir «El encuentro de Francesc Pla con Matías Peñafiel Puertollano», porque no sé yo ya muy bien quién se encontró con quién, ni tan siquiera quién es quién). La dirección de esta revista, con la que mantengo una íntima discusión, ya no me concede más espacio para esta historia. Es cierto que quedan algunas incógnitas por desvelar, aunque algunas de ellas tampoco yo las he descubierto aún. No podré desvelar la identidad del autor de ese último brindis por los valientes, aunque puede ser cualquiera de los tres o cuatro protagonistas de esta historia. Si os los encontráis –a cualquiera de los Francesc o a Matías, o incluso a Luis– a lo mejor os lo cuentan, porque todos ellos brindaron.

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