El encuentro con Francesc está siendo estimulante. No había tenido nunca antes la oportunidad de hablar con un farmacéutico tan extensamente, ni tan sinceramente. El farmacéutico de la farmacia de la esquina, a la que normalmente voy, es un tipo amable y pulcro, pero lo cierto es que tengo que hacer esfuerzos para recordar su voz, es de esas personas transparentes que de vez en cuando se cruzan en el camino sin dejar apenas rastro. Es paradójico comprobar que dos profesionales que tienen en común el objeto de su razón de ser, el enfermo, vivan en mundos tan separados; son universos paralelos unidos por tenues hilitos, muchas veces demasiado imperceptibles. 

Francesc se zambulle en las conversaciones con pasión, casi acaloradamente, y todo su cuerpo participa de ella. Las facciones de su cara son como acentos gestuales. Un momento después de que se abra la puerta del comedor, su cara se relaja y parece que se ilumina. Se adivina su satisfacción, no me cabe la menor duda de que conoce al futuro comensal del refectorio y que le hace ilusión volver a verlo. Debe de ser un buen amigo.

– ¡Qué sorpresa!

– Tampoco yo esperaba encontrarte aquí. Este rincón es uno de mis comedores favoritos cuando me acerco a la capital. Me gustan los boquerones que preparan aquí. La cocinera sabe darle a la fritura ese punto espumoso que convierte lo que podría ser una insoportable pesadez en algo ligero y vibrante. Además, tiene una carta de vinos blancos especialmente acertada.

Francesc, gracias a la diferencia de estatura, ha pasado sin esfuerzo su pesado brazo por encima de los hombros de su amigo, que aparenta tener unos quince años más que él. Es casi una cabeza más bajo, y la suya, a diferencia de la de Francesc, mantiene bastante cabello, que es de un tono gris canoso muy parecido al de la barba corta y aseada con la que adorna su cara. Por la conversación que he oído, al amigo de Francesc también le gusta la buena cocina. Sin dejar de asirlo por los hombros, Francesc le ha dirigido hacia la mesa en la que estoy sentado con la clara intención de presentármelo.

– Éste es Matías. Nos acabamos de tomar un salmorejo sublime mientras conversamos sobre nuestra profesión, la suya y sobre la relación entre una y otra. Matías, te presento a Luis Rondreau, un buen amigo farmacéutico.

Mientras le estrecho la mano creo que lo adecuado es invitarle a compartir nuestra mesa. Además, estoy convencido de que a Francesc es lo que le apetece.

– La mesa es grande, ¿te gustaría acompañarnos?

– No querría interrumpir vuestra conversación.

– ¡No seas cursi, que no te pega! –ataja Francesc con energía, pero con cariño.

Está claro que Francesc está muy cómodo con Luis y que le atrae una sobremesa compartida por los tres. Una buena sobremesa después de una buena comida, claro está. No insiste más, no quiere que un exceso de educación le fastidie el plan y decide tirar por lo sano. Llama al camarero con un gesto un poco exagerado, de esos a los que voy acostumbrándome.

– Seremos uno más. ¿Nos puede traer un platillo de estos maravillosos boquerones mientras esperamos el segundo plato?

– Tu apellido parece francés. ¿Es francés realmente?

– Por lo que he podido averiguar, mi bisabuelo procedía de una familia del Quebec, era nieto de uno de los aristócratas que regresó a Francia tras la firma del Tratado de París en 1763. Mi apellido es francés, pero eso es sólo historia. Este origen es lo que debe haber influido en mi atracción por la cultura francesa, a menudo leo en francés porque me gusta la sonoridad de sus palabras. ¿No te parece un exceso exquisito que gasten tres vocales para hacer una o? Siempre he sido un poco rebelde y con los años voy aprendiendo a disfrutar maliciosamente de ser un bicho raro, una isla francófona en el océano anglosajón en el que la globalización nos ha inmerso.

– Yo soy de los que están anegados por ese océano del inglés del que tú intentas protegerte. Aún y así espero poder compartir una conversación interesante con vosotros dos. Me tienta la posibilidad de participar en un trío, aunque en éste, esté en minoría. Un ménage à trois, dirías tú. ¡Ya son raros estos franceses que de una o y una i hacen que suenen una u y una a!

– Aún voy a convencerte de que debes refugiarte en la francofonía, aunque sea por la vía del hedonismo. Si te lo estabas pasando bien con Francesc y él contigo, seguro que también será... excitante para mí. ¿Estábais hablando de farmacias?

Francesc no puede evitar intervenir. La entrada en la conversación de Luis promete elevar las prestaciones de la conversación.

– Estábamos hablando de casualidades, de apariencias, de cocina, de esas cosas que, todas juntas, son la vida. De farmacias, también, pero sobre todo hablábamos de actitudes delante de los retos. Matías no ejerce la medicina, se dedica a lo que él define como consultoría estratégica en el campo sanitario y ahora, después de deshacer algunos nudos en la rocambolesca historia de nuestro encuentro, y que ya sabe que no voy a comprarle nada, estábamos intentando analizar con realismo la situación tormentosa en la que la crisis nos ha sumido a todos.

– Francesc, tú sabes mejor que nadie que cuando la tramontana te golpea más de tres días sin descanso, cuando su fuerza ya te ha dejado claras las reglas del juego, no te queda otro remedio que asumir tu pequeñez e intentar imitar, en la medida de lo posible, a las rocas negras que se enfrentan a su furia con estoicismo. Eso es realismo.

Luis tiene habilidad para utilizar imágenes para describir sus ideas, pero lo que esconde su lirismo no me ha convencido

– No creo que sea una buena imagen, ésa de las rocas, para ilustrar una actitud realista. Realismo es la actitud del que intenta adaptar sus decisiones al entorno y no la del que se empecina en esperar que la tormenta amaine. Además, disculpa mi atrevimiento, creo que tu discurso esconde un cierto complejo de inferioridad.

El gesto de los labios de Francesc insinúa una sonrisa de alivio. Esa reacción tan comprensible cuando dejan de zurrarnos y que es más placentera aún cuando otro recibe los palos.

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