Parece un tipo afable, de esos a los que los sábados les gusta no afeitarse por la mañana. Incluso, después de un rápido vistazo, puede parecer un actor francés de esos a los que les gusta comer y beber con los amigos en una escena en la que las risas y los gestos exagerados se suceden sin parar alrededor de una mesa larga bajo la sombra protectora de un almez frondoso.  

Es de esas personas a las que, si quieres convencerlas de algo, te conviene mantener un encuentro, mejor aún si es el primero, alrededor de una mesa. No estoy convencido de que me llame, pero por si acaso ya he echado, junto a mi tarjeta, el anzuelo del salmorejo. Para hablar de negocios yo prefiero un despacho amplio en el que mi interlocutor no tenga otra alternativa que mirarme a la cara, es de la manera que me siento más seguro, cuando puedo aplicar con más eficacia mi método. Sin embargo, no estoy preocupado, ya tengo la suficiente veteranía para saber moverme en cualquier ambiente, y con el Sr. Pla intuyo que una comida relajada puede ser el inicio de una relación profesional fructífera.

Seguramente es un conversador interesante, aunque le pierde la pasión. No es conveniente hablar de tu profesión como si hablases de un buen plato, la gastronomía es cuestión que atañe a los sentidos, pero las profesiones y los negocios deben siempre tratarse desde la racionalidad. Me extraña la tendencia que tienen personas como el Sr. Pla –creo recordar que Francesc es su nombre– de mezclar una cosa con otra. Es de esos que piensan que el alma lo envuelve todo, todo lo importante, y lo que es seguro es que para Francesc –debo mirar si su nombre realmente es ése– su profesión lo es.

Goliat está más alegre que de costumbre. No le ha afectado que la espera en la puerta del bar haya sido más larga de lo habitual. Me estira el brazo con más fuerza, tiene prisa por llegar al objetivo de nuestro paseo matinal. Por los caminos de tierra del Park Güell, entre los arbustos y los árboles, el paseo le gusta más que el tramo que asciende por las calles asfaltadas junto al santuario de Sant Josep de la Muntanya. Un conjunto de edificios de estilo neorrománico con una cierta estética kitsh con una gran explanada desde la que tienes una vista panorámica sobre el barrio de Gràcia.

Una vez completado el recorrido por el Park Güell, situado en la vertiente que mira al mar del Turó del Carmel, iniciamos el descenso mientras intento recordar la ubicación de los documentos que tengo en casa sobre farmacias. No recuerdo si en el archivo del estante en el que tengo guardados los resúmenes de los proyectos y estudios realizados en el área de farmacia de la consultora tendré alguna cosa que pueda ser interesante. Creo que la mayoría son estudios para industrias en el campo de la introducción de nuevos productos y planes estratégicos para Administraciones Públicas. Tendré que repasar el archivo.

En el ascensor solo subimos Goliat y yo. Por el peso de ambos cabríamos alguno más, pero la presencia de mi perro es absolutamente disuasoria, nunca sube nadie con nosotros.

El piso de Matías es amplio y sin muchos muebles, los justos, pero elegantes. Desde que se separó de su mujer vive solo, con Goliat. Hoy cocinará un arroz con gambas y mejillones porque vendrá a comer su hijo Borja, y por la tarde irán al cine. Durante la semana, Borja vive con su madre, con la que Matías mantiene una relación cordial y educada. La mesa del despacho es de cristal grueso. Una lámpara articulada de aluminio negro con bombilla halógena, un portátil cerrado con la tapa acerada y un bloc de notas también cerrado es todo el paisaje encima de la mesa. En la pared del despacho una estantería, también de aluminio y cristal, está repleta de archivadores de distintos colores; uno distinto por estantería, rojo, verde y amarillo.

Pongo en marcha el ordenador para confirmar el nombre del Sr. Pla y efectivamente es Francesc. He localizado alguno de los artículos que firma como Francesc Pla, farmacéutico.

Los farmacéuticos no son muy proclives a revisar sin cortapisas la situación en la que está inmerso su sector. Antes del encuentro de hoy ya tenía esa creencia, y en algún momento de la conversación con Francesc me ha parecido que mi creencia se confirmaba. Existe una dosis bastante elevada de corporativismo en todas sus argumentaciones, pero también es verdad que no mayor que la que tiene cualquier miembro de un sector que ve como su situación se va deteriorando. Todos sobrevivimos gracias al instinto de supervivencia, que es la máxima manifestación de conservadurismo ancestral.

Me ha molestado un poco eso de las «recetas de nuestros manuales». ¿Acaso cree Francesc que los que nos dedicamos a la consultoría solo somos capaces de aplicar siempre recetas prefabricadas? Entiendo que he sido un poco brusco en mis comentarios, por lo que puedo haber generado un cierto rechazo, pero por los indicios que tengo y por las noticias que van apareciendo en los medios el horno no está para bollos y cada vez es menos importante la sutileza en el lenguaje. Debería entenderlo y una persona como Francesc, que se interesa por su profesión, no debería olvidarlo nunca.

Una sencilla búsqueda en Internet de estudios y artículos sobre la economía de la farmacia me proporciona un torrente caudaloso de información previa, que el lunes, después del fin de semana que voy a pasar con mi hijo, voy a revisar con tranquilidad. Tengo curiosidad, y por qué no aceptarlo, la desconfianza que el Sr. Pla ha insinuado en sus comentarios ha despertado esa picazón típica de los que estamos acostumbrados a ganar y nos encontramos con alguien a quien no parece impresionarle nuestra habilidad para ser unos vencedores habituales.

Voy hacia mi laboratorio para empezar un arroz que debe quedar perfecto. Coloco todos los ingredientes ordenados en el mármol de Carrara de blanco brillante y empiezo el sofrito que no contiene tomate, por supuesto. Así lo indica el manual de cocina que sigo desde que me separé de Mónica.

Continuará...

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