En nuestro país caemos muchas veces en la figura que los romanos denominaban «damnatio memoriae», y que consiste en olvidar los hechos positivos de las personas ya fallecidas, de suerte que no quede ni memoria de ellas. Es la envidia carpetovetónica elevada a la enésima potencia, en esta piel de toro en la que vivimos. Hoy cumple hacer justicia a uno de los médicos, exiliados a causa de la guerra civil, que contribuyó en gran medida al auge de nuestra sanidad actual. Se trata de Juan Planelles Ripoll, nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) en abril de 1900, hijo de un médico militar destinado en esta ciudad en el Regimiento Villavicencio.

Cursó sus estudios primarios en Cádiz y el bachillerato en el Instituto de Málaga. Posteriormente, la carrera de Medicina la realizó en la Universidad Central de Madrid, siendo alumno interno, Premio Extraordinario de Licenciatura y Doctorado en la misma. Tuvo buenos maestros, como el cardiólogo Luis Calandre y el farmacólogo Teófilo Hernando, entre otros.

En 1924 tradujo del alemán la Farmacología experimental de Meyer y R. Gottlieb, y en 1925 fue nombrado miembro de la Real Academia de Medicina de Madrid. Un año más tarde marchó al extranjero con una beca de la Junta de Ampliación de Estudios, y trabajó en Múnich con Walter Straud y en Ámsterdam con Fritz Laquer. A su vuelta a España, fue nombrado catedrático de Terapéutica de la Universidad de Salamanca. Fundó el Instituto de Investigaciones Químicas de Madrid, donde realizó trabajos de farmacología y control de medicamentos, y colaboró con el doctor Marañón en su Instituto de Patología Médica.

Así pues, nuestro hombre fue pionero de la farmacología experimental en la década de 1920. Introdujo el primer test de embarazo en España, se adentró en la aterosclerosis e inició estudios experimentales acerca del reflejo pavloviano.
Según nos relata el doctor Martínez Hernández: «Tenía inclinación social y no política, era una buena persona a la que le importaba que la gente viviera bien. No entendía cómo los caballos de Jerez vivían mejor que las personas».
En su infancia, le preocupaba sobremanera la salud de los jornaleros de su pueblo, así como su situación social, lo que cristalizó en una preocupación social y política constante, que le llevó a militar en el Partido Comunista.

Entre 1935 y 1936, realizó experimentos acerca de la respuesta hipoglucemiante en perros, así como estudios de equilibrio ácido-base en el organismo humano. Durante la Guerra Civil, dirigió la transformación del hospital obrero de Maudes, fue jefe de Sanidad de Madrid, director de los Servicios Sanitarios del Ejército del Centro, inspector general de Sanidad Militar y subsecretario de Sanidad Pública del Ministerio.

En nuestra contienda organizó las ambulancias para trasladar a los heridos y normalizó las transfusiones sanguíneas. Gracias a su preocupación por la vacunación, no hubo ni fiebre tifoidea ni tifus exantemático durante este periodo en Madrid. También introdujo las sulfamidas en los hospitales. Éstas eran patentes de Bayer, pero él conocía el método para conseguir la molécula y las empezó a fabricar en Terrassa sin patentes.
En mayo de 1939, terminada la Guerra Civil, se vio obligado a exiliarse a la URSS, donde fue designado profesor de Farmacología en la Facultad de Sarátov, hasta 1942; posteriormente se trasladó a Ufá (Bashkiria), donde impartió clases en la Universidad de Engels.

En este periodo descubrió la vacuna contra la disentería, y en el Instituto Gamaléya, donde trabajó durante 29 años, desarrolló la investigación de un quimioterápico contra el cáncer, de otro contra las enfermedades venéreas y de enfermedades causadas por bacterias resistentes a diferentes fármacos. Era una persona brillante, creativa y operativa, que inventaba cosas y trataba de ayudar a sus congéneres, contribuyendo con sus aportaciones a la organización posterior de la sanidad en España. Muchas de sus directrices se siguen actualmente. Su hermano Vicente, contralmirante de la Armada, consiguió del general Franco que pudiese volver a España sin ser represaliado, pero la KGB no le permitió establecerse en nuestro país, tal vez por miedo a que los grandes conocimientos adquiridos en la URSS se difundieran por los países capitalistas. No obstante, en 1970 pudo venir a España e impartir conferencias en Madrid, Valencia y Zaragoza.
Su historia es un trozo de historia de nuestra lucha fratricida y de la situación de la España de la contienda. Sin embargo, conviene conocer la historia para hacer justicia a algunos de los represaliados. Tal vez su error fue ser brillante, pues ya lo dijo otro ilustre exiliado, el gran poeta Antonio Machado: «Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza».

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