
José Félix Olalla
«Es tarea de discretos hacer reír.» Ramón J. Sender ubicó esta cita cervantina al comienzo de su novela La tesis de Nancy, que alcanzó en su momento una considerable popularidad. Nancy era una muchacha americana que actuaba de animadora en los partidos de rugby de su universidad. En España, podemos admirar ese cometido ahora mismo en las pistas de baloncesto, aunque seguimos utilizando bárbaramente el apelativo cher-leaders. Aquel relato era de los años sesenta, antes de este tiempo accesible de internet en el que considero que la novela ya no tendría lugar. Nancy viajaba a Andalucía para completar el trabajo de campo de su tesis doctoral sobre los gitanos. Había leído a George Borrow y preparado bien el terreno en las bibliotecas, pero le iba a costar comprender una mentalidad genuina, y la anfibología le jugaría malas pasadas.
Me dijo «Te doy mi palabra», y a continuación me soltó un discurso interminable ante el que apenas fui capaz de resistir. Y es que el hombre es ciertamente un ser locuaz. A la clasificación, bastante optimista, que nos hemos otorgado como especie, no sólo Homo sapiens, sino Homo sapiens sapiens, le falta añadir esa variedad tan extendida entre nosotros, la del Homo Loquax.