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El bendito electrón

Un electrón es difícil de conocer –al menos yo no he conocido aún a ninguno–, pero el electrón es el habitante menos exótico del átomo. Ya es un personaje cotidiano.

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Es mucho menos extravagante que los protones y neutrones, y aún menos que los mágicos neutrinos y bosones, que son simplemente inimaginables para la inmensa mayoría de los mortales. Esa falsa cotidianeidad seguramente la provoca la integración en nuestras vidas de la electricidad o de la más sofisticada, aunque integrándose a marchas forzadas en nuestros gestos más comunes, electrónica.

Han pasado solo un par de décadas desde que algún veterano farmacéutico decidió acabar su carrera profesional porque cambió el sistema de facturación, que en aquellos años empezó a presentarse en un innovador soporte, un artilugio que ahora nos parece una antigualla, llamado disquete. Increíble, pero cierto. En esa época muy pocos imaginaban que, en solo quince años, la receta electrónica acabaría siendo una realidad consolidada. Solo algún visionario. Cuando se analizan las mejoras en la carga burocrática y en los costes asociados a los procesos administrativos ligados a la dispensación electrónica, el resultado de la apuesta es altamente positivo. Nuestro amigo el electrón nos ha echado un cable.

Como ese simple interruptor del salón de casa que accionamos sin pensar y nos ilumina la estancia, la receta aparece en la pantalla del ordenador de una forma habitual, casi rutinaria. Una infraestructura compleja lo soporta, pero lo deseable es que sea tan normal como nuestro gesto cotidiano al entrar en casa. De eso se ocupan nuestra partícula subatómica amiga y una cohorte de ingenieros.

Lo que no harán por los farmacéuticos, ni ella ni ellos, es dotar una infraestructura con tanto potencial profesional sanitario como la red electrónica de receta de los atributos necesarios para que las acciones profesionales de los farmacéuticos se registren y se integren en el sistema sanitario, ni tampoco establecerán por ellos los mecanismos de comunicación y coordinación con los distintos niveles sanitarios. Esa tarea depende, en un principio, de los farmacéuticos y nadie la hará por ellos. Ni siquiera el bosón de Higgs.

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