La noticia farmacéutica del final de este verano fue la elección de Carmen Peña como presidenta de la FIP. La International Pharmaceutical Federation se fundó en 1912 y representa a tres millones de farmacéuticos del mundo a través de 132 organizaciones territoriales pertenecientes a los cinco continentes, además de ser el instrumento de relación de la profesión farmacéutica con la Organización Mundial de la Salud.

Es una organización supranacional que acoge farmacéuticos provenientes de culturas y de organizaciones profesionales absolutamente diversas, incluso en algunos casos opuestas, a los que esencialmente les une una misma profesión.

La nueva presidenta es la primera mujer que asume esta responsabilidad, una elección que debe entenderse como un signo de la adecuación de los órganos de dirección a la realidad del ejercicio de una profesión como la farmacéutica en la que la mujer tiene un papel principal. Nos felicitamos de esa decisión.

Independientemente de la felicitación y de los mejores deseos para este trayecto de cuatro años que ahora se inicia, esta elección ha abierto expectativas, y también un cierto debate, sobre lo que puede llegar a aportar a la farmacia española para el mantenimiento de su modelo específico. No tenemos la más mínima intención de enturbiar lo que algunos consideran un paso más en el duro camino hacia la defensa de un determinado modelo de farmacia, pero creemos que no es conveniente mezclar cuestiones distintas.

La organización colegial española, al frente de la cual también está Carmen Peña, tiene además de funciones y objetivos similares a los que tiene la FIP, otras, muy específicas de nuestro país, de índole mucho más coincidentes con las de la patronal de las oficinas de farmacia. Creemos que cada organización tiene sus especificidades y de lo que se trata es de que ambas cumplan lo mejor posible con sus funciones. El esfuerzo para hacer compatible estas responsabilidades es uno de los retos que Carmen Peña y su equipo tendrán que afrontar.

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