En guardia

Vive y trabaja en un pequeño pueblo rural de apenas 500 habitantes. Las lentas horas son el único compañero que nunca falla en su farmacia, está pendiente del lento goteo de sus pacientes. Está siempre en guardia; de guardia. Las vacaciones son un lujo difícil de compatibilizar con su permanente disponibilidad recompensada por escasas llamadas a su puerta. Su vida profesional es exigente, pero lo más duro es convivir con la incertidumbre sobre el futuro y la escasez de expectativas...

Podríamos continuar con el relato y, de paso, completar un interesante capítulo de una novela sobre la farmacia, el capítulo dedicado al farmacéutico rural, pero no es el lugar ni el momento para la literatura. Sí parece oportuno, sin embargo, volver al tema de la farmacia rural, en un momento en el que han aparecido numerosas informaciones sobre este asunto; muchas de ellas, centradas en el nivel de exigencia que, para estos farmacéuticos, supone el sistema de guardias.

El modelo de farmacia que existe en España tiene dos grandes rasgos que configuran su personalidad: la propiedad privada ligada a la titularidad profesional y la planificación territorial. El entramado legislativo y administrativo necesario para desarrollar este modelo es complejo, pero el resultado final a grandes rasgo es satisfactorio según todas las encuestas publicadas. No existe un modelo de organización perfecto, y el nuestro no es una excepción; una capilaridad tan extrema como la que es capaz de ofrecer el modelo español genera desequilibrios internos, actualmente agudizados por la crisis económica, que merecen ser analizados. Un ejemplo de esta delicada situación de desequilibrio es el esfuerzo excesivo que representa para los profesionales que regentan las farmacias que atienden a municipios o núcleos de población pequeños y aislados la obligatoriedad de prestar servicio permanente.

Las propuestas, algunas sólo pueden clasificarse de globos sonda, para buscar solución a esta situación se han multiplicado en 2010 y siguen en el 2011. Se habla de convertir estas farmacias en botiquines, se sugiere la posibilidad de una comarcalización del modelo farmacéutico, se espera con expectación el estudio que está elaborando el Consejo General... pero quizás antes habría que preguntarse por qué se ha llegado a esta situación. Olvido quizá sea la palabra más adecuada. Es difícil acordarse de estos farmacéuticos que a pesar de estar ahí siempre, tan poca visibilidad han tenido hasta ahora. Y, sin embargo, la cifra de farmacéuticos rurales no es anecdótica: según datos recientes, hay 1.076 farmacias en poblaciones de menos de 500 habitantes. 1.076 farmacias que, para su subsistencia, dependen casi exclusivamente de las recetas del SNS y que viven una eterna guardia.

Quizás uno de los aspectos positivos de la crisis sea la visibilidad que han conseguido las farmacias rurales. Hasta ahora su contribución parecía limitarse a hacer bulto para que se pudiera decir aquello de que siempre hay una farmacia cerca de cualquier enfermo. Nadie parecía plantearse que esta proximidad tenía un coste. Un coste que, además, quizá sea insostenible.

Resolver los problemas de la farmacia rural va a requerir el esfuerzo de todos los actores implicados para afrontar ajustes en el modelo. No va a ser fácil, nunca lo es, pero los farmacéuticos rurales no deben bajar la guardia y el sector debería estar atento.

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