
Francesc Pla Santamans
Farmacéutico comunitario. Director de El Farmacéutico
Los héroes dan siempre un poco de envidia, envidia malsana. Si pasas cerca de ellos, puedes notar su majestuosa invulnerabilidad restregada por toda tu cara, su aura lo ilumina todo mientras todas las miradas se dirigen hacia ellos. Ésa es la sensación que tengo cuando entro en la sala de la Galería de la Academia de Florencia. No hay muchos Davids como el de Miguel Ángel, y muchos de los que creen parecerse a él son burdas copias que no resisten una comparación exigente, pero existir, existen.
La farmacia de José Ibáñez en Gavà (Barcelona) es un verdadero desafío. Es como un gran trasatlántico que requiere un capitán experimentado, capaz de afrontar una travesía que puede deparar numerosas sorpresas.
Seamos sinceros: entregar al cliente una caja de medicamento con un boquete en el estuche es cuando menos sorprendente, por no utilizar otros adjetivos más crueles como ridículo o zafio. La costumbre ha hecho que el espectáculo que ofrece el farmacéutico delante de las propias narices de su cliente, mientras le revienta la caja de medicamento que le va a dispensar, ya no escandalice a casi nadie. Incluso es motivo de comentarios más o menos ocurrentes sobre la destreza del farmacéutico en el manejo de las armas blancas o sobre la paciencia jobiana que demuestra al realizar infinidad de veces una tarea tan absurda y sin sentido.
La farmacia rural está en boca de todos. De demasiados, seguramente. En este artículo intentaremos ponerla en el sitio justo. En las palabras de una farmacéutica rural de verdad.
Todo era mucho más sencillo cuando era el brujo de la tribu quien acumulaba en exclusiva el conocimiento de lo que sucedía en los cuerpos y las almas de sus feligreses, y el único que sabía cómo remediarlo. Lo malo es que era muy poco lo que realmente sabía. Desde ese pasado tan lejano, el aumento del conocimiento acumulado por la sociedad ha sido exponencial, lo que ha comportado un incremento de la complejidad de su gestión. Esta dificultad ha hecho necesario otorgar responsabilidades a las diferentes profesiones con la intención de que ese conocimiento revierta en la propia sociedad de la manera más eficaz y segura posible.
¿Cómo será en un futuro próximo el sector de las oficinas de farmacia en España? La pregunta sobrevuela cualquier evento profesional y en las conversaciones entre colegas de profesión o en momentos tan cruciales como en el de la transmisión de una farmacia. Podría entrar en la categoría de las preguntas del millón, en este caso concreto de los quince mil millones.
Si uno se empeña –pero mucho– puede encontrar personas que no están ocupadas y mucho menos preocupadas por vender nada, ni a ellos mismos, ni lo que hacen, ni lo que tienen. Simplemente son, hacen o tienen. No son normales, desde el punto de vista matemático del concepto.
Rosa María Arbonés es titular, desde hace 23 años, de la farmacia emplazada en la calle Pallars n.º 231, en el barrio barcelonés del Poblenou. Desde entonces, junto a Joaquim Braun, compañeros de profesión y de estudios en la Facultad de Farmacia de Barcelona, empezaron un nuevo camino: «Uno de los más largos de nuestra vida».
O soy muy viejo ya, o el tiempo se ha acelerado sin que me haya dado cuenta. Me acuerdo perfectamente de los conflictos generados por el servicio a domicilio que algunas farmacias ofrecían, y de las denuncias que ese servicio generaba. También me acuerdo de las posiciones encontradas respecto al cobro mediante tarjeta de crédito.
La sociedad desarrollada en la que vivimos nos proporciona multitud de productos y servicios que nos hacen la vida más cómoda. Muchos más de los que les ofrecía a nuestros padres. Incluso más de los que, hace apenas una década, nos ofrecía a nosotros mismos.