En Roma no había corrupción en sentido estricto, pues ese concepto implica la degeneración de algo originalmente limpio y supone además una condena del acto cometido desde posturas éticas que eran del todo ajenas a nuestros antepasados. En Roma había la lucha despiadada por el poder, eso era todo, y no se veían obligados a condenarlo o a disimular como nosotros. Robaban a espuertas, y el que robaba más alcanzaba más poder y era más admirado.