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Geordie Greig acaba de publicar en el Reino Unido Breakfast with Lucian, un libro basado en las conversaciones que mantuvo con Lucien Freud los últimos 15 años de su vida. Lucien, nieto de Sigmund Freud, es uno de los pintores del siglo XX con mayor prestigio y reconocimiento y sus cuadros alcanzan precios desorbitantes en las subastas, a pesar del feísmo que le caracteriza.

Pocos pintores han sido más inclementes en el tratamiento del desnudo, y si los clásicos exageraban la belleza del cuerpo humano, idealizándolo, Freud cometió deliberadamente una verdadera carnicería pictórica y acumuló en su obras desnudos sin idealización alguna, mostrando el sexo sin el menor adorno.

El nieto de Freud era una persona egoísta, que tomaba del mundo cuanto se le antojaba, sin reparos de ningún tipo, que utilizó a sus parejas, modelos y amantes como si quisiera llevar a cabo una visión reductiva de la obra de su abuelo. Para éste, la represión era el origen de las neurosis y la sexualidad se sublimaba para hacerla más presentable. Parece como si el nieto hubiese llevado a la práctica, en su vida y obra, un comportamiento anti-represivo guiado por el principio del placer. El resultado es una obra ajena a toda idealización, que durante años produjo rechazo, en parte por su feísmo, también por permanecer en el ámbito figurativo, tan denostado por los críticos de arte durante mucho tiempo. Sin embargo, la obra realista, descarnada y ajena a toda convención de Lucien ha terminado imponiéndose a los prejuicios estéticos y a los principios que hasta hace poco identificaban arte con belleza. No le faltaron maestros, como su compatriota Francis Bacon, el único capaz, como Lucien, de convertir su obra en una inmisericorde carnicería de cuerpos desprovistos de todo atractivo.

Si resultase ser cierto que la cultura occidental es ante todo la obra de una idealización, de la entronización de la armonía como principio estético y de la esperanza como eje de la vida espiritual y política, la obra de Lucien Freud, como la de su abuelo, se alejaría de esa ilusión colectiva. Sería la aplicación a la pintura del programa del fundador del psicoanálisis. Aquí, toda belleza resulta superflua e incluso inconcebible.

En sus conversaciones con Greig, Freud admitió ser muy egoísta y habló sin hipocresía de sus centenares de amantes y docenas de hijos, con los que jamás adoptó ningún compromiso ni responsabilidad: «Mira, soy egoísta. Tengo relaciones si quiero, pero si no quiero, no las tengo», admitió Freud. La sociedad actual no anda muy lejos de esos planteamientos y ha convertido a Lucien en un icono del arte del siglo XX y en un autor muy cotizado: en 2008 la casa Christie’s de Nueva York vendió la obra que lo convirtió en el pintor vivo más cotizado del mundo. Era el lienzo Benefits Supervisor Sleeping (1995), que mostraba a una mujer obesa recostada en un sofá, subastado por 33,6 millones de dólares. En 2016 Sotheby's pone a disposición del público el retrato que Lucian Freud hizo de su joven amante embarazada y que está valorado en 10 millones de libras. Pregnant Girl es un buen ejemplo de la libido según Lucien Freud: un cuerpo, el de su amante embarazada, tratado sin el menor deseo, generosidad ni amor. Nadie como Lucien ha ido tan lejos en la utilización, en todos los sentidos, del cuerpo femenino. De tal palo tal astilla, el nieto llevó a la práctica, sin miramientos, el programa conceptual del abuelo. Que la obra resultante sea para muchos excesivamente dura y realista será decepcionante para quienes tienen otros cánones artísticos, pero es seguramente un corolario inevitable del psicoanálisis, una teoría con una visión poco amable de los seres humanos: «Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo.» (Sigmund Freud).

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