También en París, y este otoño, el museu Jacquemart André abre sus puertas a los victorianos, dedicados a la evocación nostálgica de la antigüedad, con sus mujeres desnudas o veladas, con sus palacios marmóreos y sus temas florales, cuadros en los que el ideal de belleza sigue girando en torno a una idealización absoluta de la figura femenina. La exposición se titula «Deseo y sensualidad en la era victoriana», y los fondos pertenecen a la colección privada Pérez Simón. Una de las estrellas de la exposición es el pintor Lawrence Alma-Tadema, nacido en Dronrijp en 1836. Nadie como él supo pintar el mármol y las flores, que inundan sus lienzos. El más famoso de todos es el deslumbrante Las rosas de Heliogábalo. 1888: el emperador Heliogábalo, de la dinastía de los Severos, que reinó desde 218 hasta 222, asfixió a sus invitados con una lluvia de violetas y rosas lanzadas desde lo alto. Si Bouguereau tiene el record mundial de desnudos femeninos en un solo lienzo, Alma-Tadema ostenta la primacía de violetas y rosas en un cuadro. De ser cierta la historia, Heliogábalo se habría anticipado en muchos siglos al ideal de convertir el asesinato en una de las bellas artes, como planteara Thomas de Quincey. Heliogábalo fue el más depravado de los emperadores romanos, se casó cinco veces, practicaba abiertamente la homosexualidad y se prostituía con sus amantes. Fue asesinado por su propia familia, en la mejor tradición romana.
Flores, paisajes clásicos, el mar, nacimientos de Venus, bellas mujeres desnudas, la asociación de la mujer con el mundo de la naturaleza, muy especialmente con las flores, el mar y las fuentes. La mujer flor, la mujer agua, desde Botticelli hasta Ingres, la construcción de la mujer por parte del hombre, la tolerancia hacia el desnudo femenino en una época en que no había otra forma de representarlo y admirarlo. La mujer muerta en un río rodeada de flores, la exaltación del romanticismo academicista en el mejor cuadro de Millais: Ofelia. Nunca la belleza mórbida voló más alto. Todo un universo desaparecido, retratado obsesivamente por Proust en A la sombra de las muchachas en flor, donde dedica centenares de páginas a la cristalización, y a la posterior desilusión tras el conocimiento o la posesión, del ideal femenino. Ninfas, monjas, vírgenes inmaculadas, esposas amantísimas, amantes suicidas, y frente a ellas las amantes infieles y las prostitutas. La virtud y el vicio: la mujer real desfigurada y desconocida, ausente. El mito de la creación atribuye el origen de Eva a una costilla del hombre. Tras contemplar a Bouguereau, a Henri Gervex, a Alma-Tadema, habría sido más acertado, simbólicamente, hacerla nacer de su calenturiento cerebro.