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El ruido y la furia

El denominado «milagro español» ha terminado. Su economía, puesta durante años como ejemplo, hace aguas por todas partes, e incluso la organización territorial del Estado está bajo sospecha.

EF488 DETRASPEJO
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Cuanto ayer parecía modélico se pone hoy como ejemplo de un modelo económico fracasado, basado en el endeudamiento y no en la productividad, en la especulación y no en el ahorro. Las múltiples burbujas, inmobiliaria, bursátil, crediticia, han explotado. La fiesta ha terminado y los españoles de a pie, que se beneficiaron del boom pero no tanto como se sostiene, se preguntan ahora por el futuro de sus casas e inversiones, de su trabajo y ahorro, de sus hijos y nietos, de sus sueldos y pensiones. Ante el monstruo de la deuda descontrolada no se plantea otra opción que recortar, recortar y recortar, y es cierto que así debe hacerse, pero si al mismo tiempo no se recupera el crecimiento caeremos en un pozo sin fondo. Las reformas se imponen, incluso las más dolorosas, para no vernos abocados al peor de los escenarios: el corralito y/o la expulsión de la zona euro. El panorama de quedarnos solos, con la antigua moneda nacional, es tan devastador que todos parecemos habernos puesto de acuerdo en que no importa qué sacrificio deba hacerse con tal de no tener otra vez en nuestros bolsillos las humildes pesetas de antaño, devaluadas con respecto a todas las monedas solventes.

Y ahora, con la fiesta finalizada y las luces apagadas, ¿qué hacer? ¿Qué hacer, por ejemplo, en la farmacia, con facturaciones menguantes y gastos crecientes, con una proliferación absurda de pequeñas farmacias y un modelo basado en microempresas de propiedad individual diseminadas por todo el territorio, sometidas a las continuas rebajas que impone una administración asfixiada? Lo que nos espera ya lo sabemos: más rebajas de precios y márgenes, más aportaciones de los asegurados, menor consumo, más funciones administrativas y cargas burocráticas. Las administraciones autonómicas han fomentado la proliferación de microfarmacias sin capacidad de resistencia, muchas de ellas endeudadas, y lo han hecho en nombre de un principio, el de la proximidad física, carente de sentido en la época de las nuevas tecnologías.

Se repiten hasta la saciedad las bondades del modelo farmacéutico español, como un mantra obsesivo, como una letanía una y otra vez reiterada, pero la obstinación no modifica la realidad y ésta se volverá cada vez más áspera, no más gratificante. ¿Qué hacer, se preguntan muchos farmacéuticos, no con el modelo, ni con la corporación, ni con la distribución, sino con mi farmacia, con mis deudas y mis clientes y empleados? ¿Cómo evitar el concurso de acreedores? ¿Cómo asegurar la viabilidad económica de mi empresa? ¿Cómo conservar mi patrimonio? Cuando se llega a la situación, y hemos llegado, en que las preguntas que se formulan son éstas y no otras sobre modelos o sistemas, hay que abandonar toda retórica, dejar de vender humo, coger el toro por los cuernos y actuar a sabiendas de que la fiesta ha terminado, pero siendo conscientes que casi todo puede salvarse si se llaman las cosas por su nombre y se apuesta por el pragmatismo y no por la retórica, si al menos una vez nos comportamos más como prácticos anglosajones que como barrocos latinos, si somos capaces de discernir entre lo fundamental y lo accesorio, e incluso entre lo real y lo ficticio. Una densa palabrería y mucha hojarasca acumulada durante años ocultan y adornan una realidad incómoda, en la que ya asoman, incontenibles, abriéndose paso, el malestar, el ruido y la furia.

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