Y ahora, con la fiesta finalizada y las luces apagadas, ¿qué hacer? ¿Qué hacer, por ejemplo, en la farmacia, con facturaciones menguantes y gastos crecientes, con una proliferación absurda de pequeñas farmacias y un modelo basado en microempresas de propiedad individual diseminadas por todo el territorio, sometidas a las continuas rebajas que impone una administración asfixiada? Lo que nos espera ya lo sabemos: más rebajas de precios y márgenes, más aportaciones de los asegurados, menor consumo, más funciones administrativas y cargas burocráticas. Las administraciones autonómicas han fomentado la proliferación de microfarmacias sin capacidad de resistencia, muchas de ellas endeudadas, y lo han hecho en nombre de un principio, el de la proximidad física, carente de sentido en la época de las nuevas tecnologías.
Se repiten hasta la saciedad las bondades del modelo farmacéutico español, como un mantra obsesivo, como una letanía una y otra vez reiterada, pero la obstinación no modifica la realidad y ésta se volverá cada vez más áspera, no más gratificante. ¿Qué hacer, se preguntan muchos farmacéuticos, no con el modelo, ni con la corporación, ni con la distribución, sino con mi farmacia, con mis deudas y mis clientes y empleados? ¿Cómo evitar el concurso de acreedores? ¿Cómo asegurar la viabilidad económica de mi empresa? ¿Cómo conservar mi patrimonio? Cuando se llega a la situación, y hemos llegado, en que las preguntas que se formulan son éstas y no otras sobre modelos o sistemas, hay que abandonar toda retórica, dejar de vender humo, coger el toro por los cuernos y actuar a sabiendas de que la fiesta ha terminado, pero siendo conscientes que casi todo puede salvarse si se llaman las cosas por su nombre y se apuesta por el pragmatismo y no por la retórica, si al menos una vez nos comportamos más como prácticos anglosajones que como barrocos latinos, si somos capaces de discernir entre lo fundamental y lo accesorio, e incluso entre lo real y lo ficticio. Una densa palabrería y mucha hojarasca acumulada durante años ocultan y adornan una realidad incómoda, en la que ya asoman, incontenibles, abriéndose paso, el malestar, el ruido y la furia.