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  • El legado de Mandela para hacer realidad la atención farmacéutica

En 1990 Hepler y Strand publicaron su archiconocido artículo Oportunidades y responsabilidades en atención farmacéutica. Nos dijeron que podíamos ocupar otro espacio, que era necesario que asumiésemos como profesión la oportunidad y la responsabilidad de disminuir el sufrimiento de nuestra sociedad como consecuencia del uso de los medicamentos.  

Recientemente se ha publicado que solo los efectos adversos triplican la mortalidad de los accidentes de tráfico. Los expertos que denunciaban esto abogaban por la farmacogenómica como vía para evitarlos. Como si los farmacéuticos no tuviésemos desde 1990 un arma potente para disminuir los daños que producen los medicamentos, que todos sabemos que no solo son los efectos adversos.

Desde 1990, hace ya 22 años, los farmacéuticos continuamos atrapados en nuestras cárceles, incapaces de salir de nuestras rejas mentales. Prisioneros de la venta de medicamentos, de las paredes de las farmacias, de los márgenes comerciales. Nos hemos llegado a inventar atenciones farmacéuticas de cualquier tipo para sentirnos mejor, para seguir haciendo lo mismo, aunque no hagamos lo que la sociedad necesita de nosotros.

Por todo esto, quizá sea una buena idea conocer las lecciones de amor, vida y coraje de otros que pasaron tantos años o más encerrados, pero que supieron salir de sus celdas para conquistar el mundo. Porque el reto de optimizar los resultados de la farmacoterapia no puede continuar falseándose por más tiempo. Porque para afrontar cambios no se necesita únicamente dominar o proponer una técnica determinada. Porque para cambiar hay que liderar y hacer creer.

Y para ello es bueno conocer la filosofía de la tribu xhosa, a la que pertenecía Nelson Mandela, y que viene marcada por el concepto Ubuntu: «Somos humanos por medio de la humanidad de otros». Es decir, si yo soy es porque nosotros somos, una persona solo es persona gracias a que existen otras personas.

Según Albert Figueras, que escribió el libro sobre la filosofía Ubuntu1, «cada persona debe asumir el concepto de colectividad a partir de una decisión personal y meditada. Debe sentirse comprometido y entusiasmado por la causa, y eso supone la evolución del "yo" genético, etológico, biológico, al "nosotros" humano». Leyendo el libro de Figueras y el que publicó Richard Stengel2, me vino a la cabeza la pregunta de si la atención farmacéutica, para triunfar, necesitaría que los farmacéuticos asumiésemos el espíritu Ubuntu. Porque Ubuntu es una tarea colectiva en la que se requiere la aportación de cada uno. Y para comenzar a contestarme la pregunta, qué mejor respuesta, como colectivo farmacéutico, que el inicio de los versos de William Henley que tanto consolaron a Nelson Mandela en sus años de presidio:

 

Soy el amo de mi destino;

soy el capitán de mi alma.

 

Mandela, recordando sus años de cárcel, explicaba una de las claves para resistir la dureza de la cárcel: «En la prisión sería muy difícil, casi imposible, resistir si estás solo. Ese fue el mayor error de las autoridades, mantenernos juntos, porque unidos nuestra determinación se fortaleció muchísimo. Nos apoyábamos todos, sacábamos fuerzas de cada uno de los compañeros. Cualquier cosa que sabíamos, la aprendíamos, la compartíamos enseguida, y de este modo, el coraje individual que cada uno mantenía se multiplicaba». Todo un ejemplo de que la unidad de los que mantienen una idea, un mismo objetivo, es clave para el éxito. Cuando un camino es tan largo como este, cuando se presentan tantas dificultades, es importante trabajar juntos. Evolucionar juntos, discutir juntos, pero siempre buscando un mismo destino.

No se trata, como señalaba el dibujante El Roto en una de sus viñetas, de remar todos en la misma dirección para evitar que se sepa que existen otros caminos, sino de mirar y revisar las rutas a transitar para llegar al puerto deseado. Y esto no es baladí, porque en España quizás en lo primero que no nos hemos puesto de acuerdo es a qué puerto deseábamos llegar. En lugar de trasladar el enfoque del medicamento al paciente lo que hemos hecho ha sido pasarlo al establecimiento; es decir, en lugar de buscar resolver la necesidad social hemos intentado solventar la de un establecimiento sanitario, y nos inventamos atenciones farmacéuticas que no interesan a la sociedad y que, por tanto, tampoco realzan a quienes las ejercen. El prestigio es consecuencia de lo que hacemos y de las responsabilidades que asumimos y esto no lo hemos entendido, hasta el punto de considerar enemigos a quienes piensan así.

Nelson Mandela también se dirigía hacia la responsabilidad del pueblo, que no participaba de la acción política de su partido, el Congreso Nacional Africano (CNA), pero que sí tenía que decir a la hora de generar un futuro de paz en el país: «Si queréis seguir viviendo pobres, sin comida ni calzado, entonces id a beber a la cantina, pero si queréis mayor prosperidad debéis trabajar duro. No podemos hacerlo todo por vosotros, debéis hacerlo vosotros mismos». Por tanto, cada cual tenemos nuestra responsabilidad en ello, y no sólo dirigentes o profesionales destacados. Si quieres otro futuro, eres parte de la creación del mismo.

El legado de Mandela a Sudáfrica y al mundo también puede interpretarse para una parte del mundo, que somos los farmacéuticos que deseamos el cambio. Y por eso me he permitido seguir las 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor que Richard Stengel interpretó como el regalo que nos ha dado Mandela a la humanidad. Aquí van, con mi propia interpretación en referencia a nosotros, los farmacéuticos.

 

QUINCE ENSEÑANZAS

1. Valor no es ausencia de miedo

Los farmacéuticos tenemos miedo a romper con nuestro pasado, a reiniciar el camino asistencial al que renunciamos hace siglos, cuando se separó la Medicina de la Farmacia. Y en la senda de pérdida de prestigio a la que nos abocó la industrialización del medicamento ahora también nos ha llegado la pérdida del dinero, el declive económico que no puede explicarse únicamente por la crisis.

Contra estos miedos hay que creer que la sociedad necesita de un profesional que disminuya la morbi-mortalidad asociada a los medicamentos, responsable de sufrimiento en las personas y de costes económicos que como sociedad no podemos asumir. Debemos colaborar en optimizar los resultados de una farmacoterapia cada día más compleja, en el marco de una atención sanitaria cada vez más compleja, y con factores de decisión políticos y sociales cada día más complejos.

2. Ten mesura. No pierdas el control

A veces, quienes nos hemos dedicado a abrir estos caminos nos hemos desesperado, y hemos intentado transitar por falsos atajos, ante la falta de seguidores, o por los falsos seguidores. Hemos sufrido el «síndrome del incomprendido», la soledad e incluso hemos cargado nuestra impotencia sobre otros. Contra esto, tenemos que trabajar desde la práctica, enseñar desde la práctica, aprender con otros, ejercer la autocrítica, huir de endogamias y estar en el mundo. Solo nos aceptarán como profesionales de la salud si utilizamos un mismo lenguaje y somos capaces de hacer ver cómo y cuánto podemos aportar a la preocupación por mejorar los resultados de los medicamentos.

3. Lidera desde el frente

Hay que liderar desde la práctica y no desde la palabrería. Quienes lideran deben hacerlo desde el ejemplo. Pero haz, pregúntate cómo lo haces, enseña lo que haces y hazlo de manera reconocible por la comunidad. Lo que haces debe ser útil para el mundo, no para tu mundo. No desprecies a quien no te entiende, sino regresa por el camino para comprobar dónde se perdió. Y, sobre todo, no persigas un objetivo noble como el que sueñas, por métodos innobles.

4. Lidera también desde la retaguardia

Las personas que tenemos poder lo recibimos de otras personas que nos lo otorgan. Nos volvemos mejores por la interacción altruista con otros. Por tanto, tenemos la obligación de escuchar el punto de vista de otros, conseguir consensos (siempre que el objetivo que buscamos sea para la sociedad y no un mero interés particular o gremial). De ahí la importancia de asociarnos quienes buscamos un mismo fin y decidir mediante democracia aunque nos equivoquemos. Porque siempre será más fácil retomar el camino.

5. Métete en tu papel. Representa quién eres y lo que deseas

Muéstrate con dignidad, porque lo que defiendes es digno. No hay que pedirle permiso ni perdón a otras profesiones si lo que estás intentando es bueno para la sociedad. Expresa de manera clara lo que aportas y cuando se trate de defender lo que como farmacéutico puedes aportar, sé siempre anfitrión y nunca invitado. Cuántos foros hemos organizado para que médicos, políticos y pacientes nos digan lo que quieren de nosotros. Como si ellos supieran lo que podemos dar. Transmítelo tú, y hazlo con sabiduría y calor.

6. Ten un principio esencial. Lo demás son estrategias

Y cuidado con los falsos atajos. En España se ha discutido, y todavía se sigue discutiendo, o incluso se imponen aspectos que no son importantes, que no son fines sino aspectos absolutamente secundarios. Por ejemplo, las consabidas clasificaciones y consensos sobre problemas relacionados con medicamentos, resultados negativos asociados a la medicación y demás, que no son el problema central de la práctica, y cuya discusión ha posibilitado alejarnos del objetivo esencial. Sin embargo, sigue sin plantearse cómo debe insertarse la práctica real, la remuneración del profesional que la ejerce y sus responsabilidades, cómo debe medirse su impacto, qué tipo de formación debe tener quien la ejerce, cómo y dónde recibirla... Tantas y tantas cosas esenciales que constituyen la hoja de ruta para que esta práctica sea algún día una realidad y no la excusa para unos cuantos.

7. Piensa bien de los demás

Nelson Mandela decía que «todos los seres humanos, incluso los que parecen tener la sangre más fría, tienen un punto de decencia. Si les llegas al corazón, son capaces de cambiar». Por tanto, no busquemos enemigos o culpables de lo que está pasando o ha pasado. No precisamos eso ni demostrar que tenemos razón. Lo que precisamos es cambiar la realidad en beneficio de la sociedad.

8. Conoce a tu enemigo

Al leer esta enseñanza recordé una conversación con Linda Strand en la Universidad de Sevilla allá por 2001, señalándole qué profesores de los que asistían a una reunión con ella estaban a favor o en contra de la atención farmacéutica. Con su estilo pragmático anglosajón me interrumpió y me dijo: «No me preocupan los que dicen que están en contra de la atención farmacéutica, los que de verdad me preocupan son los que dicen que están a favor». Cuánta razón tenía y qué buena autocrítica para quienes hemos defendido esta práctica a lo largo de los últimos años.

Conoce a tu enemigo, pero si quieres convencerle, en lugar de tenerlo como excusa de tu fracaso dirígete a su corazón. Si puedes conquistar a tu enemigo, puedes hacerlo con los demás. Aquello fue lo que consiguió Nelson Mandela con sus torturadores y con quienes habían ordenado su tortura. Quizá para los que estamos en la atención farmacéutica pueda ser más fácil que para Mandela.

9. Ten cerca a tus colaboradores

Porque las colaboraciones nunca son eternas, y a veces nos unimos en el camino personas que podemos tener objetivos muy distintos. De ahí que sea tan importante compartir los objetivos y no dejar de discutir sobre ellos.

10. Conoce cuándo debes decir no

Todos los caminos conducen a Roma, pero por algunos se tarda más de una vida y por otros te puedes ahogar. No es que el camino sea siempre recto, pero hay que evitar al máximo los rodeos, sobre todo cuando es la falta de valor la que nos guía. Sé fiel a las necesidades de la sociedad y no a otros intereses. No busques intereses gremiales, que solo afectan a unos cuantos. No recorras el camino por el que otros fracasaron. Y si alguien ha tenido éxito, cópialo y mejóralo. Ya tenemos ejemplos de éxitos. ¿Qué nos cuesta seguirlos? ¿O es que los objetivos son otros?

11. Esto es una tarea a largo plazo

Cambiar no es fácil para nadie. El camino ni es recto ni llano. Hay que ser optimista, pero cauteloso. Y para ello hay que reconocer que no es la velocidad de decisión sino la dirección de la misma la que marca la diferencia. El cambio que propone la atención farmacéutica para nuestra profesión es radical, y hay que ser consciente de ello, pero que tampoco nos inmovilice.

12. El amor marca la diferencia

Al leer esta enseñanza en la biografía recordé, años atrás, un momento clave en mi vida profesional. Fue aquel en el que abandoné la colaboración con el Grupo de Investigación en Atención Farmacéutica de la Universidad de Granada, dejé de ser titular de farmacia y tuve una consulta de atención farmacéutica en un centro médico privado, que provocó la denuncia ante mi Colegio profesional de no pocos compañeros, y que provocó que por un tiempo me dejasen sin seguro de responsabilidad civil, aduciendo que realizaba una práctica alegal. Con los pocos pacientes que tuve en aquella experiencia, que además estaban mucho peor que los que había tenido con anterioridad, me di cuenta de que sabía ejercer la práctica y que era útil para las personas. Amaba esta práctica y estaba dispuesto a perder muchas cosas por ella. Quizá la forma en la que hemos enseñado la atención farmacéutica en España haya provocado, por lo atractiva que es, que muchos enamoradizos se acercasen a ella, pero luego no les ha merecido la pena continuar con ella una vez que la pasión se apagó.

13. Renunciar también es liderar

Nelson Mandela, una vez que agotó sus años de mandato, renunció a presentarse a la reelección. Una persona que había pasado decenas de años en la cárcel no quiso renovar su mandato. Qué diferente a esos síndromes del imprescindible que atacan a nuestros dirigentes, y no solo farmacéuticos. Lo importante es que los objetivos se consigan y no quién lo haga. Como decía su colaborador Cyril Ramaphosa, hay que «establecer el camino y no dirigir el navío».

14. No es ni lo uno ni lo otro. Siempre son ambas cosas

Coloquémonos en el lugar de aquellos con los que estamos en desacuerdo. Huyamos de la fácil criminalización de quien no piensa como nosotros. Busquemos el camino de encuentro, porque nadie es tan bueno como sus cualidades, ni tan malo como sus defectos. Conseguir los objetivos es responsabilidad de todos. Tengamos altura de miras.

15. Encuentra tu propio huerto

Mandela tuvo su propio huerto en la cárcel. Cultivar le permitía tomar la distancia que el día a día no le permitía. Para él, su huerto era un lugar en el que perderse para poderse encontrar, un espacio de renovación para tomar fuerzas. Quizás necesitemos de un huerto en el que reflexionar sobre las verdaderas dificultades y posibles soluciones para lo que deseamos y nunca parece llegar.

Después de tantos años intentando hacer una realidad la atención farmacéutica se hace necesaria una reflexión sincera, que nos lleve a un cambio definitivo. Ha pasado mucho tiempo, ha habido muchas crisis y épocas de bonanza, pero poco ha cambiado. El cambio sigue siendo necesario, aún más en estos momentos en los que, como dicen los versos de William Henley, la noche nos cubre como el abismo, de polo a polo. Pero la profesión farmacéutica ha sabido existir y renovarse a lo largo de los siglos, ha gozado de un alma inconquistable. No importa cuán estrecha sea la puerta que tenemos que atravesar, somos los amos de nuestro destino, capitanes de nuestra alma. 

 

Fuera de la noche que me cubre,

negra como el abismo de polo a polo,

agradezco a cualquier dios que pudiera existir

por mi alma inconquistable.

En las feroces garras de las circunstancias

ni me he lamentado ni he dado gritos.

Bajo los golpes del azar

mi cabeza sangra, pero no se inclina.

Más allá de este lugar de ira y lágrimas

es inminente el Horror de la sombra,

y sin embargo la amenaza de los años

me encuentra y me encontrará sin miedo.

No importa cuán estrecha sea la puerta,

cuán cargada de castigos la sentencia.

Soy el amo de mi destino:

soy el capitán de mi alma.

(William Henley)

 

Bibliografía

1. Figueras A. Ubuntu. Sudáfrica. El triunfo de la concordia. Plataforma Editorial (2010).

2. Stengel R. El legado de Mandela. 15 enseñanzas sobre la vida, el amor y el valor. Planetadelibros (2010).

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