Los domingos de abril en Barcelona, a la hora que abren las panaderías, tienen algo de mágico. El aire fresco de la mañana pinta de un barniz brillante las calles. El sol está ocupado en desperezarse, su luz llega matizada por las caricias de la luna. Una luz franca ilumina las hojas de los árboles del paseo y un paréntesis silencioso permite escuchar los susurros del fugaz escarceo de los amantes celestiales. La ciudad se transforma en un escenario plácido, acogedor. Un respiro.
Es de suponer que en todas partes cuecen habas, al menos eso dice la tradición, y no es aconsejable enfrentarse a las tradiciones (que se lo pregunten a Galileo si no), pero lo cierto es que la voluntad del sector de ser específico y especial es paradigmática; una supuesta especificidad del sector de las oficinas de farmacia sobre la que con tradicional frecuencia escribimos.