De un tiempo a esta parte, quizá por mi peregrinar por hospitales y ambulatorios, oigo una y otra vez comentarios sobre el sueldo de los médicos. La prensa también se ocupa de lo mismo. Las cifras barajadas no dejan lugar a dudas: es una profesión muy mal pagada comparada con las exigencias. Notas de corte más altas para matricularse en la carrera, años y años de estudios porque nunca acaban de prepararse... Y todo para conseguir sueldos mileuristas. Guardias que se pagan a cincuenta euros, dependiendo de la comunidad autónoma en la que ejerzan su profesión y de si se trata de sanidad pública o privada... Y estas retribuciones extra, además, pueden bajar con los recortes. Sin duda, es una profesión vocacional, porque, por otro lado, se enfrentan a presiones por parte de enfermos o familiares de éstos.
A mi padre,
En nuestro país caemos muchas veces en la figura que los romanos denominaban «damnatio memoriae», y que consiste en olvidar los hechos positivos de las personas ya fallecidas, de suerte que no quede ni memoria de ellas. Es la envidia carpetovetónica elevada a la enésima potencia, en esta piel de toro en la que vivimos. Hoy cumple hacer justicia a uno de los médicos, exiliados a causa de la guerra civil, que contribuyó en gran medida al auge de nuestra sanidad actual. Se trata de Juan Planelles Ripoll, nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) en abril de 1900, hijo de un médico militar destinado en esta ciudad en el Regimiento Villavicencio.
Todos los profesionales sanitarios comparten una finalidad -el bienestar y la salud de las personas- y, sin embargo, a veces parecen caminar por senderos divergentes. Mercè Barau y Antonio Aranzana, una farmacéutica y un médico, nos hablan de estas relaciones y expresan su deseo de que estas relaciones sean más fluidas.
Hay muchos detalles que identificamos con una Navidad que ya se aleja. Uno de ellos es la lotería. Y, como en otras loterías, se produce un hecho irracional que tratamos de meter en el saco de la lógica (esgrimiendo incluso datos estadísticos). Todas las bolas que se introducen en el bombo tienen el mismo peso, tamaño y, por ende, las mismas posibilidades. Sin embargo, nos resistimos a escoger números como el cero, cuando en verdad cumple todos los requisitos y es tan válido como cualquier otro.