El envejecimiento es un proceso biológico que consiste en un deterioro progresivo del organismo en individuos aparentemente sanos, y comporta una serie de modificaciones morfológicas y fisiológicas que aparecen como consecuencia del paso del tiempo. Como sucede en otros territorios del organismo, el envejecimiento da lugar a una serie de cambios en la estructura de la piel y altera sus funciones.
A Josefa le gustaba escribir poesías para una hija que nunca las pudo escuchar. Ahora le tiembla la mano, las letras no le salen como a ella le gustaría, y se da cuenta. Aun así, continúa juntando recuerdos para su nieta, y poco a poco los pasa a una libreta que será una de las herencias más valiosas que reciba.
Cuando regreso a casa, siempre veo a Francisco sentado en la parada del autobús. Esperance, su cuidadora congolesa, lo deja un rato allí solo, con la promesa de no subir al vehículo que llegue, algo materialmente imposible por otra parte, porque sus piernas apenas le permiten dar ya más que pequeños pasos.
El envejecimiento «es la consecuencia de la acumulación de una gran variedad de daños moleculares y celulares a lo largo del tiempo, lo que lleva a un descenso gradual de las capacidades físicas y mentales, a un aumento del riesgo de enfermedad, y finalmente, a la muerte» (Organización Mundial de la Salud [OMS]).
Aunque el lento proceso de deterioro multifuncional progresivo que conduce a la vejez comienza ya alrededor de los 30 años, tradicionalmente se ha considerado la edad de 65, en la que se fijaba la jubilación, el umbral a partir del cual se aplica el término «personas mayores» o el ya obsoleto «tercera edad»1.