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La toxina de una bacteria, el Clostridium botulinum, ha sido, y es, temida por las muertes que puede ocasionar en los periodos de embotado de los productos de la huerta, proceso cuántas veces supervisado por un boticario que intenta evitar trágicos finales en comidas familiares. 

Los efectos letales de nuestra protagonista, la toxina botulínica, por parálisis de los músculos de la respiración se han podido controlar, y ahora se inyecta en la zona muscular de la cara, sobre todo para suavizar el entrecejo y las patas de gallo, convirtiéndose en el elixir de la juventud al detener la formación de arrugas en la piel y creando ficticiamente un aspecto más terso y joven.

Cuando nos sentamos ante el televisor no podemos evitar ser críticos, muy críticos, con todas las celebrities adictas a la botulínica toxina, aunque se lo exija el guión, para estar a la altura de la circunstancias. Pero lo cierto es que para ellas y ellos el descubrimiento de Adolfo Domínguez sobre la teórica belleza de la arruga no es su compañero ideal en este viaje en el tiempo contra su inexorable paso. Cuando hablamos del resultado del botox en su rostro, seguramente su opinión es muy diferente a la nuestra. Se pueden contar con los dedos de una mano las personas que quedan bien con su aplicación. Los problemas: sobredosis (¡quiero más y más!), malas aplicaciones... generan bellos monstruos con rostros inertes y facciones inexpresivas que les arrebatan su personalidad, con resultados que provocan más miedo que atracción. Unas caras plastificadas, caricaturas de su propio yo.

Y nosotros, ¿nos pondríamos botox? Bueno, nadie duda de que en algunos casos de pensamiento patológicamente obsesionado con el envejecimiento, pudiera ser recomendable aplicar botox y servir como apoyo de una terapia psicológica. Pero si lo que buscamos es el piropo del vecino y ser la envidia de nuestras amistades ¡cuidado!, no sea que nos acaben preguntando si estamos en carnaval en pleno otoño. Es cierto que casi todos buscamos en el espejo la respuesta habitual que éste le daba a la madrastra de Blancanieves, pero es otro cantar si lo que pretendemos es un viaje al otro lado, a un lejano tiempo anterior, más propio de Lewis Carroll.

Y esta moda del botox no solo la sufren celebrities, sino muchos otros como los políticos. No sabemos si por consejo de sus asesores de imagen o por iniciativa propia, deciden realizarse cambios estéticos con la intención de ser bien aceptados por los votantes sin darse cuenta de que, lejos de transmitirnos confianza, nos ofrecen una imagen caricaturesca, figurines con autoestima baja, preocupados de su imagen de político-actor o política-actriz. ¡Qué pena! no son conscientes de que la imagen de seriedad, seguridad y buen gestor nos la trasladan aquellos políticos que aceptan lo que conlleva el paso del tiempo, incluida la calvicie, si toca. Para muestra vale un botón, Duran i Lleida, con todas sus patas de gallo, su alopecia y sus canas, sigue siendo el político más valorado de España.

En fin, independientemente de esta aplicación cosmética, con el botox se pueden controlar determinadas enfermedades como el estrabismo, que mejora muchas miradas; la sudoración excesiva de manos, que facilita el saludo de muchas personas; el control de tics, el parpadeo incesante de los ojos, etc.

El farmacéutico puede ser quien asesore sobre las nuevas aplicaciones terapéuticas de este veneno al que también se le ha encontrado el lado positivo y terapéutico. Eso sí, en las dosis apropiadas y sin olvidar que envejecer es nuestra propia esencia. Con la edad se adquiere experiencia y, como todo el mundo sabe, ésta es un grado (y con Bolonia, grado es toda una carrera).

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