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¿Vender sangre?

Nuestra cultura cristiana nos inclina a la generosidad; donar sangre es regalar vida, y nada da más satisfacción que hacer regalos. En el otro extremo está el miedo, que pone las pegas; y el egoísmo, que las amplifica.

Se teme al pinchazo, al posible contagio, y a tantas otras complicaciones... Si superamos esto, hacemos mucho más que un regalo. Donamos y, además de la satisfacción que conlleva, los donantes voluntarios constatan que tienen una vida sana, ya que están sometidos a reconocimientos médicos periódicos.

Cada año se donan en el mundo más de 90 millones de unidades de sangre. La necesidad de sangre nunca tiene fin: la incidencia y el número de partos complicados, hemorragias descontroladas, aneurismas y trasplantes, accidentes de tráfico, intervenciones quirúrgicas cada vez más sofisticadas, etc. Nunca hay suficiente sangre.

Las cosas en nuestro país están así: hoy por hoy, es un acto gratuito y solidario por Real Decreto desde 1985. Al valorar las ventajas de este altruismo, se tuvieron en cuenta las cifras de infecciones producidas por trasfusiones en los países donde se paga la donación. Es mucho mayor que en los países con donantes solidarios; cuando se renunció al pago, se redujeron los problemas de forma espectacular.

El dinero es siempre un señuelo –más aún en tiempos de crisis– y podría inducir a engaños: gente sin escrúpulos podría aprovecharse del desconocimiento de personas necesitadas.

Y es ahora cuando llegan las dudas. Un laboratorio propone que los parados vendan su sangre para llegar a fin de mes; nos explica el sistema estadounidense, y critica el nuestro de gratis total. Argumenta también que Estados Unidos puede exportar sangre a todo el mundo al pagar las donaciones. Nos recuerdan que nosotros también importamos plasma de Estados Unidos, y que si esto fallara el problema sería catastrófico. No tendríamos plasma ni hemoderivados. Nos pide que espabilemos, y que sigamos el ejemplo de los países que pagan sus donaciones. Su argumento es fuerte, y parece tener cierto apoyo popular. La compañía pagaría a cada donante setenta euros semanales, que sin duda serían de gran ayuda en estos tiempos. Asegura que en España podrían funcionar los mismos centros de donación que en Estados Unidos. El cambio supondría de cinco a seis mil empleos, a lo que se sumarían 500 o 600 millones de dólares en pagos a los donantes. España, sin embargo, tendría que reformar su reglamentación actual.

La conferencia de Grifols en la Escuela de negocios Esade ha levantado la polémica.

¿Y si tuviera razón y estuviéramos desperdiciando la ocasión?

Las respuestas no se han hecho esperar; hay quien lo rechaza frontalmente, como la Hermandad de donantes de Salamanca. Sus razones son las ya conocidas sobre la seguridad del donante solidario. Y apelan a la legislación vigente. También hay quien ve en esta propuesta un insulto a los parados.

Unas opiniones apelan al pago sólo en momentos de absoluta necesidad, y otras que podría garantizarse la seguridad casi totalmente por expertos cualificados, privados y públicos. Para cambiar el sistema, las preguntas fundamentales que deberíamos hacernos son: ¿Cuántas vidas más podrían salvarse? ¿Estaría primando el interés económico sobre el valor real de la salud de cada individuo? ¿Cuánto se ahorraría el depauperado sistema sanitario español al no tener que importar estos productos que requieren total supervisión y garantías? ¿Mejoraría de verdad la situación de los parados? ¿Se garantizaría el mismo control de calidad y seguridad que hoy por hoy se exige a los donantes?

Una propuesta, en fin, que como sanitarios no puede dejarnos indiferentes, y sobre la que, muy probablemente, alguien nos pedirá opinión como farmacéuticos.

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