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  • Rumores y desmentidos

Vuelvo a las páginas de esta revista por dos motivos esenciales: el primero porque su dirección farmacéutica estima, con excesiva benevolencia, mis posibilidades periodísticas; el segundo, ya lo supondrán los avispados lectores, para salir al paso de wikileaks y la difusión de tanto documento secreto que apenas tiene vigencia.

Me confirman que entre la información facilitada aparecía mi nombre como posible candidato a distintos cargos profesionales. Parece que el avispado embajador de turno –sospecho que de la propia Federación Internacional Farmacéutica, la nunca demasiado bien valorada FIP– dejó caer mi nombre como una alternativa de futuro en cualquier proceso electoral.

Estoy bastante seguro de no tener demasiados enemigos. Antipatías personales, sí; como todo el mundo, pero para nadie represento esa amenaza que siempre suelen llevar aparejadas las enemistades eternas. Yo ya formo parte del pasado corporativo y no creo que nadie esté al tanto de mis actuales aspiraciones en esta materia.

Estas fuentes, que viven de confundir, han llegado a colocarme en puntos neurálgicos de la industria. No gracias; ya estamos suficientemente fastidiados los farmacéuticos de a pie con las medidas que los administradores públicos han definido como coyunturales, por una crisis tanto tiempo negada, como para preocuparme también de la mala racha de los laboratorios, asaeteados por ERES y despidos. Ya se ve que la propuesta no tiene nada de atractiva.

Otro rumor incide en que la joven ministra anda buscando caras nuevas para afrontar actuaciones que forzosamente serán impopulares y probablemente inútiles por su inmediatez o su aplicación apresurada y poco meditada. Nunca me embarqué en el barco de la Política y ahora, desde luego, no parece ser el mejor momento. Y eso, independientemente de la angustia que me entra cuando escucho a nuestra máxima jerarquía hablando de solidaridades obligatorias y de esfuerzos comunes –léase bien su discurso en la entrega de las medallas del Consejo– sin que, en perspectiva, vayamos a obtener a cambio una cierta tranquilidad de maniobra.

A estas alturas, ni siquiera estoy demasiado convencido de ser el mejor jefe de mi propia farmacia. Observo con estupor, y confieso que algo de vergüenza, el galimatías de un convenio colectivo que después de mil retrasos y demandas ha quedado obsoleto antes de ser aplicado. Y lo que es todavía más curioso, lo que se firme ya estará caducado de facto puesto que su vigencia se cerraba justo en diciembre del 2010, ese año terrible que acabamos de cerrar.

Por supuesto, en este asunto nadie tiene la culpa de nada. Mejor diríamos, nadie asume sus propias responsabilidades. Lo de casi siempre en el ámbito de las actividades públicas; en España se mantiene a ultranza la imposibilidad de conjugar dignamente el verbo dimitir.

Y en cuanto a mi vuelta al Consejo, hace tiempo que me preguntaron personas cercanas sobre mis planes. Si repaso la lista de presidentes de Colegio, o sea el censo electoral, hay ya más de veinte que no me conocen. Puede que, por eso mismo, votaran mi posible candidatura, pero escribo precisamente esta aclaración para rechazar cualquier rumor sobre mi vuelta aunque lo diga Julian Assange, wikileaks o un entrañable embajador norteamericano con pinta de abuelete. Aquel tiempo ya pasó para mí y pienso que la etapa que dediqué a la profesión de todos nosotros fue más que suficiente. Que ningún obseso pierda el tiempo vigilándome porque desmiento cualquier tentación en ese sentido.

Sólo cedo, en este campo, a las invitaciones que me hacen buenos colegas y amigos para volver a escribir; no tengo más peligro que ese.

Ahora, querido lector, te acompañaré unos meses desde esta emblemática página de El Farmacéutico siguiendo la acertada señal que nos ha dejado su anterior tertuliano, Javier Puerto, una de las firmas más reconocidas y brillantes de nuestra profesión. Espero no defraudar demasiado.

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